Mientras el delegado territorial y el responsable del Servicio Territorial de Medio Ambiente de Zamora intentaban transmitir calma y control, los datos hablan por sí solos: más de 7.000 hectáreas calcinadas en Molezuelas de la Carballeda, otras 4.500 en Puercas y un incendio gallego a las puertas de Hermisende y Pías con un frente de 20 kilómetros.
Las cifras de desalojados tampoco son menores: 1.084 personas han tenido que abandonar sus hogares en Aliste, Tábara y Carballeda. Aunque hoy se ha autorizado el regreso a sus viviendas, las imágenes de las evacuaciones siguen grabadas en la retina de muchos vecinos, especialmente en Abejera, donde las llamas y el humo sorprendieron a parte de la población y dejaron cuatro heridos graves que permanecen ingresados en la Unidad de Quemados de Valladolid.
El relato oficial y las preguntas incómodas
El delegado territorial aseguró que “no hay llama activa” en Molezuelas y que el incendio de Puercas está en “fase de refresco”, aunque manteniendo el Índice de Gravedad Potencial 2 por prudencia. Sin embargo, las preguntas incómodas sobre si las evacuaciones fueron tardías o si se utilizaron rutas seguras siguen sin una respuesta convincente. Admitió que algunos vecinos decidieron no subir al autobús dispuesto para evacuar Abejera, pero no aclaró por qué no hubo una orden más contundente o por qué se permitió que personas sin medios propios se quedaran expuestas al avance del fuego.
En cuanto al incendio que avanza desde Galicia, la Junta insiste en que “no ha entrado” aún en Zamora, pero reconoce que su frente de 20 kilómetros puede amenazar en cualquier momento los valles de Pías y Hermisende. La propia administración admite que Puebla de Sanabria ya tiene un albergue preparado, pero que confía en que no haya que activarlo.
Heridos y daños materiales
Cuatro personas de Zamora permanecen ingresadas en Valladolid: una mujer de 56 años con un 48% de superficie corporal quemada, un hombre de 64 años con un 35%, un hombre de 80 años con un 15% y una mujer de 77 años con un 10%. Tres de ellos están en estado crítico.
En cuanto a daños materiales, la Junta se limita a pedir a los alcaldes que elaboren un listado de viviendas, naves ganaderas, vehículos y bienes afectados. Prometen que la Consejería de Medio Ambiente se desplazará “en cuanto pueda” para evaluar las pérdidas y habilitar ayudas, aunque sin concretar plazos.
La brecha entre el discurso y la realidad
El tono triunfalista con el que se felicitó la “eficacia” del operativo choca con lo que muchos vecinos y efectivos de extinción describen: falta de medios, descoordinación y una dependencia creciente de ayuda externa. Los helicópteros de la Junta no vuelan de noche, a diferencia de los gallegos, y la maquinaria pesada no siempre llega a tiempo a los puntos críticos, quizá también por falta de este tipo de medios.
En el operativo participan brigadas de la Junta, bomberos de la Diputación, parques municipales y la UME. Sin embargo, las críticas sobre “tiempos muertos” y recursos parados mientras el fuego avanzaba no fueron asumidas, sino calificadas como “falta de respeto” por parte del delegado.
La política del humo
Mientras se dan ruedas de prensa para tranquilizar, la provincia sigue pagando las consecuencias de años de recortes, privatizaciones y precariedad en la gestión forestal. Se han cerrado torres de vigilancia para sustituirlas por cámaras de una empresa privada, se contratan camiones de bomberos alquilados en Madrid y se mantiene un modelo de operativo que deja zonas enteras sin cobertura inmediata.
Zamora es hoy el ejemplo doloroso de lo que significa vivir en una tierra que arde sin que se asuma una responsabilidad política real. Las llamas no distinguen siglas ni discursos, pero las decisiones —o la falta de ellas— sí marcan la diferencia entre perder un pinar o perder un pueblo entero.
Más de 11.500 hectáreas quemadas, vidas truncadas y un patrimonio natural arrasado deberían pesar como una losa sobre quienes hoy se presentan como garantes de la seguridad y la eficacia. El humo no solo cubre los cielos de Zamora: también oculta las carencias de un sistema que, año tras año, llega tarde, mal y sin medios suficientes.