Al comienzo de la madrugada, se abrían las puertas de la Iglesia de San Vicente para dar inicio a la procesión. A la austeridad y la penitencia que dejan las teas que alumbran el camino de la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Buena Muerte.
En silencio, ha descendido la cuesta de Balborraz para dirigirse hacia la plaza de Santa Lucía. Las llamas de las teas y los hábitos blancos de los penitentes formaban un cortejo de luz que precedía al Cristo de la Buena Muerte, uno de los mejores crucificados de Zamora, salido de la gubia de Juan Ruiz de Zumeta en el siglo XVII.
Galería de imágenes por Marcos
Una noche en la que el corazón y el alma reinan en las calles de Zamora. Un silencio que solamente se rompe con los tambores, el roce de las sandalias sobre el suelo empedrado y las voces del coro.
Belleza. La belleza de una muerte buena cuando todo está cumplido. La belleza de unas últimas palabras. La belleza de la ofrenda en Santa Lucía, cuando todo es fuego, fuego y silencio entre miles de personas.
Aquí, en Zamora, el fuego era plegaria, caricia y ofrenda, teas encendidas, corazones encendidos custodiando el sueño del Cristo de la Buena Muerte. Y más allá, siempre el cántico.