viernes. 19.04.2024

La noche se posa sobre los tejados del Espíritu Santo. Arrabal de Zamora del que solo nos acordamos en Semana Santa. Cristo emparedado. Silencio. Viernes de Pasión.

Ecos del Christus Factus Est resuenan en nuestra cabeza. Podemos imaginarnos en el Espíritu Santo. Las sandalias en los pies, la túnica monacal y el farol que cruje con cada paso. Silencio en el huerto. El mismo silencio, pero más vacío. La de pensamientos y sueños que ha escondido el huerto durante tantos años. La cantidad de ilusiones.

Silencio porque se abren las puertas de la iglesia. Dios va a salir a una calle vacía en la que no tiene hueco ni el murmullo. Se abren las ventanas pero no ven pasar la procesión. No bajan monjes por las calles, tampoco un estandarte avisando de que la procesión está en la calle, pero Jesús camina hacia la Catedral. No los ve, pero los siente. Los zamoranos están con él.

Tintinean los metales al chocar con el empedrado de la ciudad amurallada. Se corta el silencio con el tañido de la campana. Toca a muerto como han tocado en los últimos días las campanas de los pueblos zamoranos.

No echamos de menos el silencio porque lo tenemos. Zamora vive las últimas tres semanas con el mismo respeto que si fuera siempre Semana Santa. Echamos de menos que la matraca lo rompa rasgando el cielo.

Ahí se erige, imperial, sobre nosotros, la Catedral. Olor a incienso que es a lo que huele la noche del Viernes de Dolores. La luna ilumina las piedras de la Seo, esas que han visto tantas Semana Santas que podrían contar de todo. Y, sin embargo, ninguna como esta.

Silencio para que las voces del coro alimenten el alma. Crux Fidelis. Silencio para que el Santísimo Cristo del Espíritu Santo se haga palabra antes de volver a casa con el sonido de dos tambores destemplados.

¡Cuantas vueltas a casa con las calles vacías! El murmullo lejano de los que ya han visto la procesión. El silencio sepulcral de los que viven esta parte más íntima. La cuesta del Mercadillo siempre llena y después silencio. El Santísimo regresa a casa acompañado solo de los suyos.

Y en la iglesia del Espíritu Santo esperan los que se fueron, que este año, como los anteriores, sí que han salido. En la iglesia aguardan las ilusiones de los que este año han empezado a hacer cofradía y habrían aguardado las madres y padres a la llegada de sus pequeños. Y los abuelos. Y ese abrazo cariñoso al acabar la procesión. Y ese dolor de pies que solo molesta para ir a casa. Y esas ganas de que ya mañana ya sea otra vez Viernes de Dolores.

Silencio desde el arrabal