Sí, juramos
La ciudad guarda silencio al paso de la portentosa imagen del Cristo de las Injurias, el Señor de Zamora
No hace falta creer para contemplar al Cristo de las Injurias y pensar "en verdad éste era el Hijo de Dios". Majestuoso en la Cruz, inmenso, Hombre entre los hombres, el Señor de Zamora salía por la puerta de la Catedral y convocaba al Silencio a los zamoranos con su sola presencia, mientras la música del violoncello lo recibía en la calle y el incienso de los dos grandes pebeteros se esparcía por el aire.
El Cristo de las Injurias, portentoso en la Cruz, abarcando en su abrazo a la ciudad entera hasta dejarla sin palabras, muda ante el sacrificio, ante la muerte. La alcaldesa de la ciudad, Rosa Valdeón, ofrecía el silencio de los zamoranos a los pies del Crucificado, asentado en un monte de flores rojas como la sangre, para que después el Obispo, monseñor Gregorio Martínez, tomase juramento. Fue entonces cuando los más de dos mil cofrades hincaron la rodilla en la tierra y asintieron bajo el caperuz: "Sí, juramos".
Allí, a las puertas del Museo, le esperaba una representación de la Real Cofradía del Santo Entierro, cuyo pendón de terciopelo negro bordado en oro desfilaba tras la portentosa imagen, encargada de devolverlo el Viernes Santo a su capilla catedralicia en el solemne cortejo oficial.
Sólo hay que mirarlo para creer en el dolor del hombre, en la grandeza de Dios.
La alcaldesa ofrece el silencio de la ciudad