De color negro salían los hermanos con su vara de madera, rematada en un calvario de metal dorado, para desfilar con el Cristo muerto por las calles de Zamora. Riguroso luto para un Viernes Santo caluroso en el que la urna, la Virgen de los Clavos y, los otros diez grupos escultóricos, desfilaron por la capital vestidos de pena y dolor.
Desde la Plaza de Santa María la Nueva, salieron todos, cargados con los pasos a hombros. Con las marchas fúnebres sonando, han enfilado por la calle del Corral Pintado, Reina, Nicasio Gallego y la Plaza Mayor. Anunciaban que Cristo ha muerto y que nada hay que celebrar.

Su majestad, en su mesa dorada, recorría la Plaza del Fresco, San Vicente, Riego, San Torcuato, Santiago, Santa Clara, ante la atenta mirada de zamoranos y turistas que vivían un año más la pena, el fin, de un Cristo que dio la vida por los demás.
Así trascurrió, de calle en calle, de plaza en plaza, de rincón a rincón, la Pasión de un Cristo que yace muerto. Que se reencontró con su padre allá en lo alto. Las esquilas del Barandales anunciaban que llegaba. En la Plaza de la Catedral se realizó el relevo de unidades de caballería de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que aguardan al Cristo, que le escoltan, que le velan.
Tras la entrada en la carpa de Claudio Moyano, llegó a su fin. A la espera de otra Semana Santa. De otra Pasión. Ahora le quedan los brazos de su madre. De Nuestra Madre para despedir el dolor de una mujer que perdió lo que más quería. Para que Zamora la arrope.

Galería de imágenes por Aroa Colmenero