¡Oh, Jerusalem, conviértete!

photo_camera El Cristo de la Buena Muerte pasaba como dormido por las calles

El Cristo de la Buena Muerte recorre las calles en un cortejo de teas arropado por el cántico

Luz de las teas sosteniendo la noche clara, la luna que redondea en el cielo; el perfume del incienso y el cántico en el aire. El Crucificado en plano inclinado, casi tocando el suelo con sus pies, santificando la noche zamorana. Eran las doce en punto de la noche y las puertas de la iglesia de San Vicente se abrían para que la Hermandad de la Buena Muerte saliese a las calles.

Si la muerte no es el final, como pregonan en las primeras horas de la noche los hermanos de la Tercera Caída, Cristo en Zamora anuncia la Buena Muerte en la noche del Lunes Santo, cuando las calles se encienden a la luz de las teas y la ciudad escucha con el alma el cántico.

Un momento del desfile procesionalHombres con túnica monacal y fajas de arpillera conforman un cortejo casi fantasmagórico por las cuestas que descienden a los Barrios Bajos. Allí, en el corazón de la Plaza de Santa Lucía, el coro de la hermandad entonó el "Oh, Jerusalem", de Miguel Manzano, mientras la música se hacía rezo y el rezo resonaba contra las fachadas, en el aire, proclamando la grandeza de Dios.

Por el centro en fila de dos, los cofrades desfilaban con una impecable organización. Sandalias y pies descalzos iban trazando el camino de la fe y de la penitencia mientras el leve soplo del aire hacía volar las pavesas de las teas. En la cabecera, la cruz vacía que un día tuvo el privilegio de ser el sustento del Crucificado con el nombre de los fallecidos y la cruz guía del escultor Ricardo Flecha, autor de diversos elementos procesionales. Y un silencio que casi hacía daño, mientras al final del cortejo el sonido de dos bombos destemplados y los ecos del coro anunciaban la inminente presencia del Cristo de la Buena Muerte, una de las mejores tallas que salen en procesión en Zamora, que pasa como dormido, con sus ojos cerrados ante nuestros ojos bien abiertos, nuestros oídos abiertos, el alma en canal.

El cortejo a su llegada a la Plaza de Santa LucíaMecido cerca del suelo y de la tierra, tan cerca que se le podría acariciar con las manos, pasaba esta noche Cristo por las calles. Precedido del rezo hecho cántico, las voces que rasgan la noche, que pellizcan el alma. Hermoso en la muerte, dormido.

Pasaban unos minutos de las dos de la madrugada y la comitiva llegaba a San Vicente. Allí, a puerta cerrada, los penitentes despidieron en la intimidad a su Cristo, mientras el coro entonaba el Vexilla Regis y desde fuera, en la calle, la gente mantenía silencio y pegaba el oído a los portones para intentar robar parte de ese momento mágico sólo reservado a quienes acompañan al Crucificado.

Para entonces Zamora ya dormía esperando el amanecer de un nuevo día santo.

Lunes Santo: La muerte no es el final     

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