En esta nostálgica mañana de Jueves Santo, han regresado a mi memoria las letras del poeta Walt Whitman, que decían "si usted quiere saber donde está su corazón, mire dónde va su mente cuando se pasea". Y me atrevo a afirmar sin temor a equivocarme, que la mente de quienes amamos estos días, ha despertado hoy en el Convento de las Dominicas Dueñas, imaginando, reviviendo ese sueño que una vez fue cierto. Allí está hoy nuestro corazón, vestido de verde, rezumando añoranza por cada uno de sus costados.
Los sentimientos se enredan, se confunden en esta mañana que duele tanto. Hoy, la Virgen de la Esperanza debería sostener en sus manos esta ciudad a la que la melancolía araña las entrañas. Ella, el verbo que le da sentido a todo, el origen mismo del Alfa y el Omega, el germen del que emana la Luz y la Vida del Señor. Ella es el verso que brota del alma, el esbozo de nuestras raíces, el prodigio del cielo que baja a la tierra cada mañana de Jueves Santo.
Las hermanas y hermanos hemos añorado, hemos imaginado, hemos soñado que al despertar te encontraríamos de nuevo. Teníamos el corazón preparado para aprenderte en cada pliegue de tu manto, para que nuestros ojos advirtieran de nuevo tu dulcísima mirada, para saberte eterna en la cadencia de tus pasos.
Pero esta mañana ha absorbido el tiempo que una vez fue. Un año más, nos ha sido arrebatado un pedazo del alma. Y de nuevo el silencio, las calles vacías, sin peinetas ni mantillas, sin los acordes de "La Saeta" en Balborraz, sin el raso verde y blanco meciéndose a capricho del viento. Y así, prendidos a tus costuras, respiramos tu ausencia en esta mañana que es y siempre será tuya.
Las puertas del Convento permanecen cerradas, el corazón abatido, algente el alma, enteramente contenida en un vacío desgajado en la inmensidad del conticinio que nos envuelve. De nuevo se rompe la tradición que habíamos escrito en la eternidad del tiempo. De nuevo no será. Hoy son los recuerdos los que procesionan por las calles y la memoria. Los rincones de nuestro interior se conmueven, y deseamos regresar a Ella con el incomprensible ahínco de quien pretende contener los vértices del cielo, para huir de esta certeza que nos impide reflejar su rostro en nuestras pupilas.
De nuevo el vacío. Pero a pesar de todo, la primavera intuye la presencia de la Virgen, y aunque nuestros ojos no puedan verla mientras las primeras luces de días perfilan sus contornos, nuestro corazón advierte su infinita piedad y la clemencia de sus benditas manos. Esperanza de Zamora, Esperanza para el mundo. Solo podemos sentirte como nuestra en estos días en los que tanto necesitamos de ti, pues nunca antes había hecho tanta falta la Esperanza como en este tiempo que atravesamos.
De algún modo, este atípico año todos somos cofrades de la Esperanza, la esperanza de que todo volverá a ser. La esperanza de abrazarnos, de mostrarnos las sonrisas, la esperanza de que los hospitales se vacíen y las calles se llenen. La esperanza de que vuelva a brillar en nuestro corazón un nuevo amanecer. Y es que aún nos queda toda una eternidad por contar, por sentir, por vivir.
Esperanza, que nunca nos falte la luz de la Esperanza.
Texto: Sara Pérez Tamames
(Jurista. Hermana de la Cofradía de la Virgen de la Esperanza)