Las casetas de los guardias civiles de Aliste, los puestos de vigilancia del contrabando que han caído en el olvido

photo_camera Caseta de Castro de Alcañices, en el límite con Paradela, en Portugal

Están repartidas por el monte y solo una está señalizada, la de Ceadea. Las casetas donde los guardias civiles vigilaban el paso de la frontera hispano-portuguesa e intentaban controlar el contrabando de la época, permanecen diseminadas por Aliste a merced de las inclemencias del tiempo y también de los "saqueadores" de piedra.

Muchos de estos puestos de vigilancia se construyeron a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Pero, ahora, sus estructuras de piedra se desmoronan día a día sin que ninguna institución se preocupe de recuperar un patrimonio etnográfico que guarda entre sus muros la historia de muchos hombres y mujeres para los que correr delante de los guardiñas, en la parte portuguesa, y de los guardias civiles, en la española, era algo normal.

 

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La Plataforma en Defensa de la Arquitectura Tradicional de Aliste tiene en el punto de mira la restauración de estos puestos de vigilancia, según uno de sus miembros, José Luis Fernández, natural de Ceadea, municipio que conserva la caseta de La Canda, que forma parte de una ruta denominada, como no podía ser de otra manera, "El Contrabando".

Cuenta Fernández que la Ceadea era la "caseta grande", con comedor, cocina y corral (el cuarto de baño de entonces) donde se reunían los guardias civiles durante días antes de repartirse por los puestos de vigilancia más pequeños para hacer las guardias. A esta categoría pertenece la caseta de Castro de Alcañices, a pocos kilómetros de Paradela, en la frontera portuguesa.

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Las casetas de los guardiñas, del lado luso, se asentaban a unos 10 metros de la frontera, mientras que las del lado español se construían un poco más alejadas, a 300 metros, según explica José Luis Fernández, convencido de la necesidad de recuperar un patrimonio que es "historia" y que puede convertirse en "un importante recurso turístico".

Estos puestos de vigilancia "custodian" la historia más reciente de nuestro país. El contrabando hispano-luso del siglo XX se inició durante la Guerra Civil y tuvo su auge en la postguerra. Mujeres y hombres se jugaban la vida en la Raya, "al estraperlo" del café o el bacalao. Eran los "mochileros", guiados por los propios vecinos de la zona para subsistir en una época de penurias y de hambre. Su vida estaba en constante peligro. De un lado estaba Franco, del otro, el dictador Salazar.

84 años después de aquella contienda y de aquel "trajín" por los montes, las casetas de los guardias civiles se conservan a duras penas como las crónicas de una época en la que el contrabando no era una actividad ilegal, si no pura cuestión de supervivencia.

 

 

 

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