El zamorano se impuso en la etapa reina de la Vuelta a Turquía dando una exhibición en el puerto final y consiguiendo descolgar a todos sus rivales, incluido Niemiec, con el que mantuvo un bonito pulso en los kilómetros finales para acabar venciendo en la meta.
Jaime Rosón tenía marcada en rojo esta etapa de la Vuelta a Turquía, igual que marca cualquier etapa en la que la carretera se empina hacia arriba y la gravedad hace de las suyas con la mayoría del pelotón. Son kilómetros en los que el zamorano baila sobre la bicicleta e impone un ritmo diabólico que desgrana, de poco en poco, a sus rivales. Kilómetros en los que, Rosón es un enemigo duro tanto si caza en solitario como si es el primero de la manada de lobos del pelotón, defendiendo a sus líderes.
Jaime llevaba varias etapas marcadas esta temporada y, como en el ciclismo es muy difícil ganar porque además de piernas hay que tener esa pizca de suerte o de magia que sólo los elegidos tienen, se le había escapado, de momento, la primera victoria como profesional. Podía haber sido en aquella Tirreno con un tiempo dantesco o en Castilla y León donde únicamente el empuje de Valverde acabó con su intento de demarraje; y sin embargo llegó en Turquía.
Los Caja Rural intentaron, como han hecho en lo que va de Vuelta, dominar la etapa para su líder, un Pello Bilbao al que una enfermedad había dejado muy castigado y que hoy acabó por pasarle factura dejándole sin fuerzas, sin liderato y prácticamente sin opciones de hacer algo grande en esta vuelta. Con el maillot en manos, provisionalmente, de su compañero Jose Gonçalves, Rosón vio que el grupo cabecero de unas veinte unidades era demasiado grande y decidió tensar la cuerda. La cuerda se rompió.
Se rompió porque el castigo que llevaban los ciclistas era suficientemente grande como para aguantar un aumento de ritmo del zamorano que, únicamente vio como Niemiec intentaba a duras penas seguir su rueda. Tras ellos un reguero de ciclistas que buscaban su ritmo, en una pelea contra ellos mismos y la montaña, sin poder plantar batalla al zamorano.
Rosón parecía Nairo Quintana intentando dejar de rueda a Froome, era una pugna de escaladores en la que el zamorano siempre daba un nuevo golpe que el polaco respondía a duras penas pero sin dejar que el de Caja Rural se escapara. Fue ya con la meta a menos de 200 metros cuando Rosón dio el hachazo final y el polaco sólo pudo bajar la cabeza, exhausto por el esfuerzo, y reconocer que hoy el del Caja Rural era el rival con mejores piernas.
Quedaba, entonces, ese momento épico que se guarda en las hemerotecas y en el recuerdo de momentos ciclistas en el que Jaime pudo levantar los brazos y las piernas dejaron de doler. Ese momento en el que se cruza la línea de meta siendo el primero y a la memoria llegan, de golpe, todos esos momentos duros como el abanico que apartó al zamorano de sus opciones de triunfo final, la caída en Almería o lo cerca que estuvo la victoria en Candelario. Llegan, para irse esfumando y dejar únicamente satisfacción y recuerdo para todos aquellos que, desde el inicio, creyeron en este sueño.