Savall y Hespérion XXI ofrecen una selección de folías y villancicos de Europa y criollos en un intenso concierto
Una viola da gamba, un arpa barroca hispánica, una guitarra y un archilaúd y el toque grave de la percusión o las sonajas de una pandereta obraron el milagro. En el escenario, bajo el artesonado de San Cipriano y junto a la piedra, Jordi Savall y Hespèrion XXI mantuvieron vivo el misterio de la música a través de los siglos como nexo entre el Antiguo y el Nuevo Mundo, el Atlántico de por medio, en un concierto que por momentos fue un ejercicio de virtuosismo con el inconfundible sello que el conjunto de Savall infunde a sus interpretaciones.
Andrew Lawrence-King (arpa); Rolf Lislevand (guitarra barroca y archilaúd) y Pedro Estevan (percusión) acompañaban a Jordi Savall en la travesía del Antiguo al Nuevo Mundo, de los villancicos del Cancionero de Palacio a los villancicos criollos, aquellos que sonaban más allá del océano, en las nuevas tierras descubiertas.
A mano derecha de Dios. A mano derecha del pequeño Crucificado existente en el altar de San Cipriano, Jordi Savall y Hespèrion XXI ofrecieron en el Festival Pórtico de Zamora un repertorio de Folías y Romanescas del Antiguo y Nuevo Mundo, una selección de autores como Diego Ortiz, Francesco Corbetta, Tobias Hume, Pedro Guerrero, Antonio de Cabezón, Santiago de Murcia, Martín y Coll, Correa de Arauxo y Antonio Valente, así como villancicos del Cancionero de Palacio -como el popular "Rodrigo Martínez", que contiene el esquema básico de la folía- o villancicos criollos del Nuevo Mundo.
Al frente de su Hespèrion XXI, uno de los mejores conjuntos instrumentales del mundo de música antigua, Savall desgranó ayer uno de los repertorios que mejor conoce, como son las folías. La folía, que etimológicamente significa "loco", fue en sus orígenes un baile de campesinos que evolucionó con el paso del tiempo hasta consolidarse como una composición compleja que exige un gran dominio técnico.
Ese dominio técnico fue el que mostraron los músicos desde el minuto cero, con las preciosas folías antiguas en las que Savall hzo un ejercicio de virtuosismo -mantenido durante todo el concierto- tanto con la viola de gamba soprano como con la baja. Espectacular en ejecución fue la guitarra en las Folies d'Espagne de Corbetta o la brillante percusión de Pedro Estévez, así como el arpa en un fandango de Santiago de Murcia -interpretado con unas alegres castañuelas- con el que "ninguna de las mujeres se resistirían a su pretendiente" (en palabras de Casanova), por citar algunas de las piezas que eran variaciones sobre la folía que iban ganando en intensidad y dificultad hasta atrapar al público en sus improvisaciones endiabladas.
Intensa por su percusión fue la Morisca de Pedro de Guerrero o, ya en el tramo final del concierto, la Gallarda de Antonio Valente, que por momentos dispararon las emociones de un público entregado que abarrotó la iglesia de San Cipriano. Ya en los bises, dos mussettes de Marin Marais (una de ellas incluida en la famosa banda sonora de Todas las Mañanas del Mundo), así como una deliciosa y dulcísima canción de cuna de la Bretaña Francesa pusieron punto final a un concierto que resonará para siempre en la memoria de quienes tuvimos la suerte de disfrutarlo, vivirlo y sentirlo.
Y es que sí. En Zamora, a veces, ocurren milagros así.
(El ciclo finaliza hoy con "Yo soy la locura", por la soprano Raquel Andueza y La Galanía, a las 12 horas).
A veces en Zamora ocurren cosas como esta. A veces se hace cierta la magia de la música.