Tuve la suerte de criarme literalmente sobre tus rodillas por la profunda amistad con mis padres, cuando eras un joven atlético y rubiajo, un atleta que jugaba al fútbol y que hacía flexiones como un campeón olímpico dejando sin aliento al que te contemplaba. Siempre alto, siempre robusto como un árbol que no se doblega, desde la estética del sombrero y el bigote y el porte del humilde que se sabe grande y generoso y vive y comparte.
Rotundo, inmenso, histriónico. Sabedor. Poeta, artista, con la voz rota de versos y el verso fácil, tan fácil que guardo en un cajón alguno inédito que me dedicó a cambio de una poesía que yo le dediqué con cuatro o cinco años, cuando Tundidor era maestro en Las Damas, donde los niños íbamos a coger hojas de morera para que los gusanitos de seda que cuidábamos en sus cajitas de cartón se transformasen en mariposas. Ana, clavel de claveles.
Y así Jesús, como un niño grande, con sus versos de amor para Salónica, sus evocaciones sobre el Duero y el trigo, el cielo, el surco, las sobremesas con los amigos y las noches de tascas y la presencia siempre silenciosa y fiel de Chari, la poesía oculta de la vida, esa mujer que siempre en la sombra pero siempre firme, sosteniendo el verso en lo oculto, la métrica del día a día, los hijos en el vientre y tantos kilómetros recorridos a su lado, tantos años.
Jesús grande en la lectura de la noche, en la construcción de la rosa, acaso tan leve, en voz baja, tejedor de azares en un tiempo inmóvil. Ahí, junto a su silencio, si nada sabe la noche, si el tiempo es un mausoleo como si sólo hubiese un único día, la antología de la vida, dos etapas, dos libros, principio sin fin, y más allá la palabra, que siempre nos queda, que siempre recibe generosa el aliento, el impulso de los dientes y del estómago.
Porque Jesús escribe así, a impulsos de latidos, políticamente incorrecto, estéticamente perfecto. Pasional, irracional, con los dientes, con los ojos, con las tripas, devorándose el mundo y reinventándolo en su mirada de niño grande, histriónico, socarrón, poeta eterno en el País de Nunca Jamás. Jugando a la poesía junto a la muralla, en las noches de vino y verano del Trabanca, tan amoroso y humano en su rotunda presencia.
Enhorabuena, Jesús, porque este premio hunde sus raíces en esta tierra tuya tan mascada en tu verso, tan querida, donde habitan tus amigos y la infancia, y aquel joven que jugaba al fútbol y nadaba en el Duero y hacía flexiones esperando a que Chari bajase por las escaleras como una novia de la primavera.
Enhorabuena porque tú sí tienes las llaves del reino, y de la vida, y de la palabra.
(Desde la emoción y la alegría, por tanta vida compartida)