El matador zamorano intensifica en el campo su preparación de cara al compromiso del próximo día 29.
El matador zamorano Alberto Durán intensifica estos días en el campo su preparación de cara al compromiso del próximo 29 de junio en la capital, donde hará terna con El Capea y Leandro. Con un toreo de kilates, poso, sabor y buen gusto, el diestro afronta una temporada en la que espera poder confirmar en Madrid, donde los aficionados guardan el recuerdo de un novillero de maneras exquisitas con sello de torero de cante grande.
El campo charro está en silencio, sólo roto por los cencerros de los bueyes. Nubes cárdenas se perfilan sobre el dorado de la paja seca y la encina. El sol va cayendo, encendiendo el horizonte sobre las suaves lomas del paisaje. Huele a tierra mojada, a piedra, a verano. En la plaza de La Ermita, en Buenamadre, en pleno Campo de Salamanca, se vive la liturgia del toreo, el misterio a puerta cerrada. Silencio.
El zamorano Alberto Durán intensifica estos días en el campo su preparación para afrontar el compromiso del día 29, San Pedro, justo cuando se cumple un año de su triunfal alternativa. No son años buenos para la lírica, no son años buenos para el toreo. La crisis y la disminución de festejos, los intercambios de cromos y las injusticias de los despachos no se lo ponen fácil a quienes aspiran a hacerse un hueco entre los elegidos.
El zamorano atesora todas las cualidades para estar ahí: clase, gusto, temple, conocimiento de los terrenos. Hoy, en Buenamadre, se mide con un toro de Juan Albarrán que desde los lances de salida demuestra nobleza, clase a raudales y el buen tranco que le aporta su sangre Núñez, con gotas de Juan Pedro y Torrestrella.
Variado con el capote, lo recibe con lances muy toreros y verónicas de bello trazo, para llevarlo al caballo por ceñidas chicuelinas. Asentado, con los pies en la arena, el torero sabe que tiene un gran animal enfrente y lee perfectamente sus cualidades, aprovechándolas al máximo.
El toro galopa, se arranca de largo, humilla, acude con prontitud y repone por ambos pitones con codicia. Dejándolo un punto crudo en el caballo, Alberto Durán aprovecha las excelentes condiciones del animal con un trasteo de mano baja y gran naturalidad, haciendo verdad el toreo de cante grande a puerta cerrada. Ese toreo que se vive día a día en el campo, antesala del ruedo. Pulcros lances y relajados naturales con hondura, ligazón y temple con un toro que parece no acabarse y que perfectamente podría haberse quedado padreando en la dehesa.
Pero si el toro fue un dechado de clase, nobleza y bravura, el torero supo leer muy bien esas cualidades, prolongando la embestida y acoplándose a su buen son en una faena de ritmos, tiempo y distancia que nunca bajó en intensidad, acompasando con la cintura las embestidas de un animal de nota muy alta.
Con la espada, su cruz, anduvo esta vez acertado. Se perfiló y entró con decisión a matar a un animal que derrochó clase y codicia y merecía morir con honor. Había que estar ahí para estar a la altura y Alberto Durán mostró una dimensión extraordinaria de su toreo con un toro que en los ruedos hubiese formado un alboroto. Ese toro que Alberto necesita en una plaza. Ese alboroto que Alberto necesita para ser, para estar, para reivindicarse como sabe hacerlo, con el capote y la muleta.
Esta vez fue a puerta cerrada, acompañado por su hombre de confianza, Javier Gómez Pascual, pero el puñado de aficionados y seguidores del torero presentes en Buenamadre disfrutamos del toreo grande, el toreo de verdad, ese toreo de kilates que atesora Alberto Durán que no puede quedarse así, a puerta cerrada, en la calma de una tarde de verano en el campo. Un toreo que puede escribir páginas de gloria en la historia de la Tauromaquia de Zamora, tan necesitada de una figura que avive la afición y las ganas de acudir a una plaza, el orgullo de decir "es de los nuestros".
Caía el sol. En el camino de regreso, la certeza de que el milagro del toreo existe en cualquier plaza del mundo, en el silencio del campo, donde reside la grandeza del toro bravo y se maceran los secretos del toreo eterno.
(Nuestro agradecimiento a Jaime García, ganadero zamorano propietario de El Carmen)