viernes. 29.03.2024
Foto de archivo macrogranja porcina
Foto de archivo macrogranja porcina

Para empezar con el asunto: quizá Garzón, el ministro de Consumo, nunca debió contar lo que piensa sobre nuestra ganadería en un periódico británico y haber consultado antes con su compañero Planas, ministro de Agricultura, sin duda, erudito en estos temas de las macrogranjas, ganadería intensiva e extensiva. Ahora bien, el Partido Popular tampoco puede lanzar la primera piedra. Es más, si el Garzón mete la pata recomendando no comer carne, como también exponen numerosos endocrinos; ni dulces, ni otro barullo que montó con el asunto de los juguetes, el PP debería guardar silencio. Que los dos gobiernos que preside Sánchez debaten y se peleen entre ellos.

Confieso que prefiero degustar un buen solomillo de una ternera de Aliste, Sanabria y Sayago, que se alimenta en los prados zamoranos, que pasta  en el campo, que una carne producida en una nave de ganadería intensiva. Por supuesto, que la calidad del ganado criado de manera extensiva, en libertad, como las vacas y cerdos que pastan y realizan un ejercicio muscular, se nota. Al respecto, no me olvido de una carne muy consumida, como es la del pollo. No comparemos a uno de corral con uno que se pasa tres meses, sin apenas moverse, en una nave, donde solo come y come  para engordar rápidamente y ser después vendido en supermercados. Y ni qué decir tiene la diferencia entre huevos de gallinas que comen trigo, grano,  libres en sus gallineros, y los que la mayoría de la gente adquiere en cualquier tienda o cadena de supermercados. El color y el sabor de la yema indican cuál prefiere la gente.

Ahora bien, parece que no es posible que todos comamos carne producida en la ganadería extensiva,  ni pollos ni huevo de gallinas de corral.

Convencido estoy que los altos cargos del PP, desde Casado a Mañueco, degustan buena carne de solomillo, chorizos de cerdos bien criados, huevos de corral; pero desprecian aquellas carnes que se producen en macrogranjas porcinas, bovinas y avícolas. Al parecer, la ganadería extensiva se permite para que el vulgo se alimente.

Estoy contra las macrogranjas, porque además de que los animales son maltratados y malcriados, la enorme cantidad de excrementos que producen contaminan atmósfera y acuíferos, montes y tierras. Pero, como la ganadería  extensiva no da para alimentar a todos las capas sociales, busquemos un término medio: licencias para granjas medianas, que permitan también salir a los animales de las naves. Y que el Gobierno central y el de la comunidades autónomas como la nuestra, Castilla y León, legislen sobre las macrogranjas. Me cuentan que en Europa ya se están cerrando este tipo de producción de carnes y confinamiento animal.  Imitemos a las naciones europeas que más conocen este asunto: Francia, Alemania y Holanda. Porque, si la Junta, en nuestro caso, sigue autorizando por ley a construcción de estas macrogranjas, en menos de una década tierras de labor y acuíferos se contaminarán y causarán daños en nuestra salud.

Los científicos también critican este tipo de producción animal en macrogranjas, porque “la producción ganadera intensiva es uno de los grandes emisores de gases de efecto invernadero a la atmósfera, así como de la contaminación de acuíferos asociado a los purines que genera”. Y tampoco crean empleo, por el contrario generan pérdida de población, jamás la fijan, como sucedía en otros tiempos. Los geógrafos así lo han denunciado: “Provoca importantes procesos de vaciamiento demográfico relacionado con la pérdida de empleo”

Hace unos días leí, que la Junta directiva del Colegio Profesional de Geografía en Castilla y León hacía patente “su preocupación” por este fenómeno y planteaban “la necesidad de mantener un medio rural vivo, donde la ganadería extensiva, comprometida con los valores europeos, sea capaz de fijar población, generar productos de calidad y ayudar en la conservación del medio ambiente”. Esclarecedor.

Que los políticos, unos y otros, escuchen a los científicos, a las personalidades eruditas en esta materia, y obren en consecuencia. Porque el problema que nos incumbe carece de ideologías.

Y, por último, que el Gobierno solo autorice la exportación de carnes de primera calidad y cierre aquellas explotaciones ganaderas que supongan un riesgo para nuestra salud y la ecología.

Y los populares deberían mirarse la viga en sus ojos y no la paja en los ajenos. Porque, sin ir más lejos, sus políticas en el sector primario, en el caso de Zamora, han contribuido a que los jóvenes se vayan de sus pueblos buscando el futuro que no les da la tierra. Aquí, desde 1985, por ejemplo, se cerraron más de 4.000 explotaciones de ganado vacuno.

Por lo tanto, Tercera Edad en Acción aboga por un ordenamiento de las ganaderías extensiva e intensiva que beneficia a nuestra sociedad.

Tercera Edad en Acción aboga por un ordenamiento de las ganaderías intensiva y extensiva