Cientos de gargantas preparadas, velando armas la noche anterior. Bufandas pistacho ondeando en las calles que conducen al templo. Unos guerreros soñando una y otra vez con un desenlace feliz. Unos guerreros sufriendo pesadillas por un desenlace fatal. Una ciudad entera con la ilusión de la Asobal. Una ciudad entera con una fecha marcada en rojo. Un partido para vivirlo.
Todo o nada. Morir o matar. El MMT Seguros ante uno de los partidos más importantes de su historia, si no el mas importante. El Balonmano Zamora acostumbra a escribir su historia moderna con letras de oro y sangre, con épicas victorias en feudos de difícil acceso, en tierras inexpugnables, ante equipos de gran trayectoria. El MMT Seguros está abonado a la épica, al sufrimiento extremo, a llevar a sus aficionados al borde del ataque cardiovascular.
Y en esas lindes se encuentran ahora los de Eduardo García Valiente, en capilla antes de salir al ruedo, ante un morlaco herido de muerte que no quiere abandonar la plaza sin hacer una última faena. Y Eduardo García Valiente es William Wallace delante del ejército inglés, insuflando ánimos a sus hombres, haciéndoles confiar en la victoria por complicada que parezca. Y ellos le creen hasta la muerte, morirán por sus colores o por la libertad.
En las horas previas al envite, Salinas se ajusta sus muñequeras, Octavio sueña con su magia, Camino acelera hacia el partido y Jortos aprieta hasta la victoria. Y detrás de ellos y del resto de Guerreros de Viriato, una afición que enarbola a bandera de la Asobal como si fuera la Seña Bermeja y que tiene una alarma en el reloj que pone 18:00 y que lleva inexorablemente a vencer a Gijón, a seguir soñando, a seguir viviendo. Y es que la vida sin Asobal, no tiene sentido.