No todos los triunfos saben igual. Algunos llegan bañados en épica, otros nacen del sufrimiento y unos pocos se forjan a base de inteligencia y coraje. El Zamarat firmó en Melilla una de esas victorias que pesan más que dos simples puntos en la clasificación. Un 67-69 que no solo habla de un marcador ajustado, sino de una batalla en la que las de naranja demostraron que saben sufrir, resistir y golpear cuando el partido pide sangre fría.
El viaje a Melilla no era solo una cuestión de kilómetros. Era enfrentar un reto que, desde el primer salto, olía a partido complicado. Y no decepcionó. La Salle, sólido en su cancha, apretó desde el inicio con una defensa férrea y una amenaza exterior que tenía nombre y apellido: Alejandra Sánchez. La ex del Zamarat parecía tener cuentas pendientes y las saldó con puntería letal, clavando cuatro triples que por momentos encendieron alarmas en el banquillo zamorano.
Pero este Zamarat no se arruga. Supo aguantar cada embestida con paciencia y cabeza. Si Melilla buscaba encender la mecha desde fuera, las zamoranas respondían con intensidad y dominio en el rebote. Y en ese terreno emergió la figura de Amaya Scott. La estadounidense se puso el mono de trabajo y empezó a construir desde la base: cada balón que caía cerca del aro parecía tener su nombre escrito. No necesitó números para imponer respeto; bastó con su presencia, con ese hambre de cada posesión, de cada punto, de cada rebote que podía inclinar la balanza.
Mientras tanto, en la dirección, Estel Puiggros vivió un partido complicado. No fue su día desde el triple y algún balón perdido dejó cierto sabor amargo, pero compensó con atención en defensa y trabajo en la sombra. Porque a veces, el verdadero mérito está en no esconderse cuando las cosas no salen.
Y luego, en silencio, sin necesidad de brillar en el marcador, apareció Joana. La internacional portuguesa llegada este verano, aportó equilibrio, esa presencia serena que no siempre se ve en las estadísticas, pero que los entrenadores saben valorar. Asistencias bien medidas, rebotes en momentos donde el corazón latía demasiado rápido.
El partido, con algo de polémica, fue un pulso constante, una cuerda que se tensaba sin romperse nunca. Cada posesión valía oro. Y ahí, en el último cuarto, cuando el reloj se empeñaba en apretar las gargantas, el Zamarat supo manejar el ritmo. No fue solo cuestión de talento, sino de temple. En los minutos finales, con el marcador igualado y la presión asfixiante del público melillense, las de naranja mantuvieron la cabeza fría. Una victoria fuera de casa que sabe a gloria.