jueves. 25.04.2024

Los abrazos perdidos de una pandemia que nos marcará eternamente

Un virus que robó muchas vidas antes de tiempo. Una enfermedad que nos ha cambiado en todos los aspectos. Un virus que, dos años después, nos ha hecho más fuertes y nos ha enseñado que no hay que dejar nada para mañana porque la vida es un suspiro
Imagen de archivo mascarillas
Imagen de archivo mascarillas

Dos años desde que se decretó el primer estado de alarma en España para combatir el coronavirus; seis olas, 11 millones de infectados y más de 100.000 fallecidos después hay heridas que no se podrán curar.

Nuestros dirigentes no tenían ni idea de la que se veía encima aquel 14 de marzo. Ya no somos lo que éramos. Un bicho bastó para parar el mundo entero y cambiar nuestros hábitos y forma de vida.

Un virus que nos obligó a parar, frenar en seco y pensar. Nos centramos en la repostería y conseguimos un arsenal de papel higiénico, porque nunca se sabe. Y nos centramos en hacer todas aquellas cosas que no solíamos hacer por el ajetreo de nuestro día.

Frenamos, de golpe, sin saber todo lo que vendría después. Perdimos carcajadas, lágrimas de emoción, trenes, miradas cómplices, abrazos, cafés, charlas eternas y la compañía de aquellas personas que te sujetan cuando el mundo se desborda.

Dejamos de brindar; olvidamos los besos, las copas de más, las risas incontrolables, saltar hasta que duelen los pies. No recordamos los abrazos, las miradas, las caricias y las carcajadas que terminan en llanto.

Sin embargo, nos encontramos con un virus que nos rompió por completo. Un bicho que nos llenó de dolor, incertidumbre, pánico, estrés y ansiedad. Una enfermedad que incrementó los problemas de salud física y mental, y que, dos años después, perduran.

Un virus que se convirtió en el tema de conversación, que convirtió en héroes a sanitarios, bomberos, barrenderos y vecinos que salían a desinfectar las calles. A todos aquellos que se jugaron la vida para que a las personas mayores que vivían solas jamás les faltase nada.

Y es que, ya han pasado dos años desde que comenzaron las despedidas forzosas. De que tantas familias en nuestro país se rompieran a causa de un virus que llegó de China con mucha incertidumbre. Dos años que nos han enseñado el valor de la empatía (o eso espero); nacimientos que no pudimos presenciar, buenas noticias que se celebraban a través de una pantalla y las malas que llorabas sola en la habitación.

Un virus que robó muchas vidas antes de tiempo. Una enfermedad que nos ha cambiado en todos los aspectos. Un virus que, dos años después, nos ha hecho más fuertes y nos ha enseñado que no hay que dejar nada para mañana porque la vida es un suspiro.

Los abrazos perdidos de una pandemia que nos marcará eternamente
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