Dos baúles, seis trajes de mujer de Carbajales y otros seis de hombre. Ese era todo el patrimonio que heredó Rosa do Barros cuando el grupo Doña Urraca dejaba de estar adscrito a Educación y Descanso y el futuro pintaba en bastos, como un funambulista indeciso en el alambre. Pero Rosa era mucha Rosa. Y Doña Urraca tuvo la suerte de ir de su mano, la misma que tejía medias para sus niñas o que cortaba jubonas y gabachas, mandiles, manteos y rodaos.
La mano que dirigía con fuerza al grupo pero también acariciaba con cariño; la que cosía y planchaba y colocaba con precisión milimétrica las ropas, enaguas y ajuares en los cestos. Rosa recia y tierna a partes iguales, que se dejó la piel, días y noches en sacar adelante la formación, que adscrita un tiempo a la Diputación siguió creciendo hasta poner en pie la primera escuela de baile tradicional de Zamora.
La mano que puso en el mapa de las Europeades a Zamora, como un empeño personal, como un reto, como una ilusión a la que nunca renunció y que vio hecha una realidad con una sonrisa que no le cabía en la cara cuando las calles se poblaron de colores y lenguas extranjeras, bailes distintos, la riqueza que los pueblos del mundo guarda en sus baúles y transmiten de generación en generación.
Aquel fue el germen, el origen, el árbol primero que después extendería sus ramas, en unos casos para cobijar a sus "urracos" siempre a su sombra y en otros para dejarles trasplantar parte de esas raíces y dejarles ir y crecer por ellos mismos, cada uno con sus criterios y sus caminos, para mostrar la riqueza de los bailes que Zamora tenía escondidos en la faltriquera de su historia, recuperados a golpe de memoria de los mayores, paso a paso, verso a verso.
Pero todo tenía un corazón, un principio, un nombre: el de Rosa do Barros, que conocía los secretos de las canciones y los bailes y los transmitía con disciplina casi militar; que lo mismo te llamaba "cabrona" con la misma sinceridad con la que te daba un beso y un abrazo de esos que dejaban sin respiración, pura energía, pura humanidad.
Zamora estaba en deuda permanente con Rosa. Ella era la memoria en los tiempos del olvido, mucho antes de los grupos que luego surgieron y se diversificaron, mucho antes de los centenares de bailadores en las romerías, mucho antes de recuperar la indumentaria de Aliste y Sayago y del resto de las comarcas zamoranas, mucho antes de los purismos y las innovaciones y los mestizajes. Así lo aprendió ella y así lo enseñó cuando nadie lo hacia, cuando Doña Urraca paseaba el nombre de Zamora por el mundo vestida con el traje de Carbajales y el Bolero de Algodre en la garganta y en el corazón. Dos baúles, seis trajes de hombre y seis de mujer.
En este empeño, en este sueño, dejó vida, su trabajo y su energía. Pero todo fue por algo, todo fue para algo y su labor dio sus frutos y germinó y siguió creciendo en las manos de Miguel Ángel, que guarda la esencia con aires nuevos, respeto y memoria. Y Zamora, que a veces se hace la dormida, ha guardado en su corazón el nombre de Rosa, su dedicación, tantas horas, tanta fuerza, tanto empeño hasta el último día.
A su lado muchos niños aprendieron a bailar y a cantar, pero también aprendieron a formarse como hombres y mujeres, bajo su disciplina sin fisuras y su cariño sin reservas. Porque así era Rosa, pasional como un torrente, imparable. Impagable, fuego puro que nunca quemaba.
Zamora ha seguido viviendo, ha seguido cantando y danzando tras la senda de Rosa. Zamora recordará en bronce su nombre y guardará su legado en el alma, en cada paso de jota, en los charros y los brincaos y los agarraos.
Los que tuvimos la suerte de conocerla y compartirla la llevamos dentro, porque Rosa dejaba la huella de los que pisan fuerte con la verdad por bandera, de los que pasan por la vida sembrando, regalando vida. Y sus niños, los hombres y mujeres que crecieron bajo su sombra la homenajerán como mejor saben, como deben: bailando, cantando, continuando la estela de su camino. Y vendrán nuevas actuaciones en su memoria, y en su sonrisa inabarcable, atronadora, eterna, se unirán los "urracos" de antes y los de ahora, herederos y custodios de su inmensa labor, de su sacrificio y su orgullo.
Los brazos arriba y las filas impecables. Rosa os está mirando.