Estás presente en mi vida prácticamente hasta donde llegan mis recuerdos, perdido entre el terciopelo negro de la tarde del Viernes Santo o en el paño burdo de las capas de Aliste. Cerca, siempre cerca del Crucificado que muere en la Cruz el Miércoles Santo portentoso como un atleta abriéndose paso entre el silencio y que después, en la noche del Jueves, pasa ya muerto ante nuestras fachadas sobre unas parihuelas.
Después vinieron los domingos de fútbol en la vieja redacción de El Correo de Zamora, cuando volvías del estadio de pelar frío, este frío nuestro que te deja los huesos como el cristal y el alma tiritando. Olor a tabacazo, humo espeso, las prisas de la noche, la melodía de las linotipias contra la madrugada, el traqueteo de las máquinas de escribir y aquellos goles cantados en la radio que ponían la redacción patas arriba y causaban una ciclogénesis explosiva si era el Barça el que encajaba el balón en la portería.
Domingos de fútbol con el corazón dividido entre los rojiblancos locales y los blaugranas de tu Barça del alma, tres gatos que éramos, con la connivencia de algún atlético sufridor y la incomprensión de los merengues que nos rodeaban. Y te recuerdo así siempre, desde niña, donde se pierde mi memoria, con la sonrisa dibujada en la cara, esa sonrisa de niño pequeño, esa bondad tan inmensa, esa boca incapaz de decir mentira, ese corazón tan grande donde nos vas acomodando a todos, porque para todos guardas un pequeño rinconcito, un abrazo y unas palabras desde el alma.
Y aunque en tus ojos brilla siempre ese niño que te habita, dice el calendario que has sumado años y que es tiempo de jubilarse. De jubilarte para pluriemplearte a fondo perdido y sin retribución en todo lo que amas tan intensamente como son las nieticas, el fútbol, los paseos por nuestra Zamora a veces tan ingrata o las cosicas de Semana Santa de puertas adentro, esas cosicas que para estar a punto necesitan a gente como tú, obreros invisibles de la trastienda de la Pasión que nunca pedís nada.
Un día de estos, cuando pase el temporal, pasearemos y esperaremos la primavera, el júbilo de todo lo bueno que tiene que venir. Y nos tomaremos un café cerca de la Catedral, junto al río y la piedra.Y lloraremos si hace falta. Y hablaremos de toros, de lo divino y lo humano, y de cómo el corazón se hace fuerte con las zancadillas que le pone la vida. Y de Mari Carmen, puro amor, pura ternura, que sigue tan dentro, tan aquí entre nosotros, al otro lado de la vida, tan contigo siempre. Puta vida, Luis. Maldita la hora, maldito aquel febrero.
Y nos asomaremos a un mirador y al río Duradero como quien abre una ventana y mira al futuro, tú desde la paz de las cosas ya hechas, yo con esta incertidumbre de no saber aún a dónde voy. Como los buenos toreros, echando la patita p'alante, enterrando la zapatilla en la arena, verticales como el toreo de José Tomás, cada día más fuertes. Y vendrá la primavera sin anunciarse. Vendrán días de terciopelo negro y de capas de paño burdo, Cristo Crucificado abrazando al mundo. Vendrán veranos nuevos, el olor a río de septiembre, las noches perfumadas de los tilos, los días de regatas en Sanabria, el rezo entre los muros de Santa María, el sonido de la matraca, el oficio de tinieblas, el salmo en la voz de los hombres, tardes de fútbol, camisetas rojs y blancas, crónicas, frío en las gradas, el olor húmedo del césped.
Vendrán días nuevos, la luz de los ojos de tus nietas y nuevas canas a posarse en una cabeza ya sembrada de canas, aunque siempre asome por tus ojos pequeñitos el niño sin maldad, el amigo fiel de tantos amigos, la persona de una sola pieza que se viste por los pies y se va a la cama con la conciencia tan en calma.
Estás en mis recuerdos desde siempre, Lupa. Y si no existieses habría que inventarte, porque forzosamente tanta bondad tiene que tener memoria y poso, tu paso por nuestra vida como aquella antorcha olímpica encendiendo, alimentando este cariño incondicional de quienes queremos asomarnos a tu lado a días nuevos y disfrutarte y quererte.
Feliz júbilo, mi querido compañero, mi querido amigo.