Antonio 'Balú', la Semana Santa en el corazón
"Antonio pertenece a esa Semana Santa que nadie me podrá robar, esa que me transmitieron grandes hombres y mujeres".
La cámara de Pedro Ladoire lo inmortalizó una noche de Miércoles Santo con su capa alistana sobre los hombros, sentado entre un bosque de faroles de pajar, con la procesión recién cumplida. Pero yo cierro los ojos y veo a Antonio en la puerta de San Juan el Viernes Santo de madrugada, apostado en la portada sur por donde sale la Soledad, su Soledad, nuestra Virgen. Y lo veo el Lunes Santo al frente de La Despedida, mi paso favorito desde siempre, el de las rosas amarillas, el último abrazo.
Hoy se nos ha ido un grande en el sentido literal de la palabra. En todos los sentidos. Grande e inabarcable, gente buena, de la de verdad, sin escondrijos, sin guardarse nada. Antonio Balú, que parecía que ese era su apellido, con ese corpachón de osote de dibujos animados donde latía un corazón más grande aún. Lo recuerdo llorando a moco tendido en mi pregón de Toledo cuando era una veinteañera recién estrenada, rebelándose contra aquellas lágrimas, abrazándome y riñéndome a la vez, porque son cosas que se pueden hacer a la vez: "Cabrona, sólo he llorado en el entierro de mi padre, y aquí me tienes, llorando como un niño".
Esta mañana, este sábado segundo de la Cuaresma, Antonio se nos iba después de pasar su procesión en la tierra. Hoy, en estos días en que empiezan a dispararse los preparativos de la Semana Santa que tanto amó, en estos días en que su Virgen de la Soledad preside el altar de San Juan, donde ya descontamos las horas para la madrugada mágica, esa que comenzaba cuando Antonio daba la orden y abandonaban los pasos el Museo, y se levantaba el Cinco de Copas y todo era una leve túnica negra y el corazón disparado y Thalberg sonando por los rincones y el Merlú anunciando procesiones.
Antonio Balú pertenece a esa Semana Santa que guardo en mi corazón, esa que nadie me podrá robar, esa que me transmitieron grandes hombres y grandes mujeres, esa que a veces no reconozco y que es un tesoro para mí. Antonio Balú hizo santos muchos de mis días por el camino de los afectos y las verdades sin medias tintas, desde la niñez hasta ahora. Tan burro, tan bueno, tan de verdad.
Gracias, Antonio, por ser parte de esa Semana Santa que solo se transmite de corazón a corazón, esa que habita en el interior de cada uno y nos pellizca por dentro y nos emociona y santifica los días de verdad. Ha sido un orgullo caminar contigo, aprender de ti, disfrutarte.
Descansa en paz, querido Balú. Y pon orden por ahí arriba, querido Abad, eterno Abad de La Mañana, en la Madrugada del cielo, donde ya están tantos de los que queremos, nuestra sangre y nuestra memoria, esperando la llamada del Merlú para abrazarnos en la puerta de San Juan.
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