Opinión

Nos vemos en las calles, Ricardo

photo_camera "Cuando escuchábamos tus redobles todos los niños y niñas de Zamora queríamos ser como tú..."

Amigo Ricardo: he leído tu despedida de la Banda Ciudad de Zamora y no he podido evitar emocionarme. Cerrar los ojos y trasladarme a la infancia, cuando ya pasabas vestido de verde con la Banda de la Cruz Roja -siempre seréis para los que ya vamos para puretas los de la Cruz Roja- haciendo malabarismos con las baquetas y eras la envidia de todos los niños de Zamora. Todos, niños y niñas, queríamos ser unos virtuosos como tú.

Guardo en mi corazón como un tesoro y me siento una privilegiada por haber compartido contigo y otros castas de aquella Banda -siempre seréis los de la Cruz Roja para los que vamos para puretas- momentos mágicos antes de las procesiones, cuando el Quinti era refugio para el hambre y la sed y descanso entre una procesión y otra. Cuando apenas existía ese descanso y los días se encadenaban y terminábais en Resurrección con los pies despellejados, los labios rotos y los dedos vendados, pero con el orgullo de haber cumplido un año más.

Porque hubo una Semana Santa, esa que tú y yo conocimos, esa que mamamos, esa a la que a ti y a mí nos enseñaron a amar, aquella Semana Santa que no parecía un hemiciclo y que se regía por la ley de la calle y del pueblo, en que no se concebía una procesión sin la Banda de la Cruz Roja, cuyos sonidos era la señal inequívoca de que una procesión estaba cerca. Quizá por eso, porque érais un barandales colectivo de cornetas y tambores, la Junta pro Semana Santa tuvo el acierto de concederos un Barandales de Honor, un honor de barandales, que no siempre ha sido tan justo y acertado. Un barandales para cincuenta "barandales" que siempre pregonaron con alegría y orgullo por las calles que ya se acercaban Cristo y su Madre.

He leído en Facebook tu carta y no he podido evitar emocionarme. Cerrar los ojos y veros a ti y a Carri tirando de los chavales ha sido todo uno. Y así os sigo viendo siempre, con la cabeza alta, tan dignos, aunque fueran malas épocas, aunque el uniforme no fuera elegante, aunque no hubiese ni un duro y el futuro se presentaba jodido. Siempre al pie del cañón, desde la humildad que sólo tienen los grandes y desde esa transparencia de corazón que tantas veces ha empañado tus ojos de lágrimas y verdad.

Hace unos años despedíamos al gran Carricajo con el corazón roto, como si un silencio sordo y mudo hubiese tomado por sorpresa Zamora, que ya nunca era la misma Zamora sin sus patillas y esa bondad que no le cabía en el cuerpo al frente de la banda.

Pero Carri tuvo buen relevo. Bien sabía él que aquél niño que hacía prodigios con las baquetas y los redobles y que llegó a la banda de la mano de su padre cuidaría la formación como si en ello le fuera la vida. Y en ello te ha ido la vida, Ricardo, porque la Banda es historia viva de Zamora y es también tu misma vida. Con la generosidad de Rosa que siempre ha compartido su tiempo con todos y se pasaba las semanas santas en las aceras esperando el fin de las procesiones, como un peregrino en pos del milagro, como todas las mujeres de los que un día os embarcáis en la banda para anunciar al aire procesiones, aunque esta ya no sea la Semana Santa que aprendimos y nos enseñaron a amar, aunque ya no exista aquel uniforme verde, aunque las bandas se hayan diversificado tanto. Pero la historia queda escrita y lo escrito no se lo lleva el viento: siempre sereis la Banda de Zamora.

Has decidido irte, aunque ya anuncias que nunca te irás del todo. Y no te irás porque ahí, entre esos chavales que siguen tus pasos, que han aprendido y compartido contigo, queda tu inmenso legado de amor y de magisterio, tu forma sencilla de andar por la vida y el eco eterno de esos redobles que tantas veces anunciaban con su estruendo que Zamora se vestía de procesión.

No te voy a preguntar razones, porque si son tuyas sólo por eso ya las respeto. Así ha sido siempre. Sea ahora como tú quieres y que venga la nueva savia a seguir empujando, a seguir haciendo crecer lo que con tanto amor y sacrificio habéis dejado bien asentado.

Sólo puedo darte las gracias y abrazarte más como reencuentro que como despedida, porque mientras la Banda exista sonarán en las calles tus redobles, escuela y envidia de todos los niños de Zamora.

Gracias, Ricardo, por tu lección de humildad y amor. Gracias por escribir con la tinta invisible de los que nunca figuran la historia más bonita y más auténtica de la Semana Santa que hacen santa los hombres y mujeres que la llenan de verdad y de amor.

Lo has dicho tú, querido amigo, no yo: nos vemos en las calles.

 

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