Zamora vive su madrugada más mágica

El Merlú ha despertado hoy a la cuidad y a las cinco de la mañana se alzaba en San Juan el 'Cinco de Copas' iniciando la procesión de Jesús Nazareno, la más popular de la Pasión zamorana.

Existe una madrugada mágica, una madrugada única que mantiene en pie a una ciudad que se despereza cuando el Merlú rompe la noche y resuena contra las piedras convocando a vivos y muertos junto a la iglesia de San Juan. Ahí, donde un Merlú de bronce llama a los zamoranos todo el año, se produce cada año el milagro, el contraste más maravilloso que vive la ciudad: la solemnidad en el templo y el bullicio en la calle.


El reloj de San Juan marcaba las cinco de la madrugada cuando sonaba el Merlú en el interior del templo mientras el 'Cinco de Copas' se alzaba con los primeros acordes de la marcha de Thalberg, el himno de los zamoranos y semanasanteros.

Para entonces la Plaza Mayor era un tumulto de gentes y cofrades, una maraña de cruces negras que estalló en algarabía cuando el paso insignia de Jesús Nazareno se alzó en la iglesia mientras la Banda de Tambores y Cornetas arrancaba en la calle la procesión. Es el instante único, mágico, de la Semana Santa zamorana. El que muchos probablemente no entiendan pero a los de casa nos rasca el alma, nos mueve, nos emociona.

En la iglesia, la Banda del Maestro Nacor Blanco recuperaba para los zamoranos la versión de Thalberg armonizada por el Maestro Haedo, la que siempre levantó al 'Cinco de Copas', mientras la Plaza Mayor era después una sinfonía de la melodía más querida para los zamoranos, la que provoca las lágrimas cuando estás lejos.

Así se ponía en marcha la Cofradía de Jesús Nazareno, la más popular, en la mañana de los cargadores, de todos aquellos que a las cuatro de la mañana eran convocados en el Museo para sacar los pasos hacia la calle de Ramos Carrión e ir incorporándolos al desfile.

Y ante los ojos del gentío pasaban La Caída, que este año cumple 150 años, con el hermoso rostro de su Jesús que nos dejó Don Ramón; la bella Verónica cuyo sudario sobrevuela la noche en un jardín de rosas rosas y blancas; Redención, la imponente obra de Benlliure, escultura viva en la calle; los cachorros de pañuelo verde de Las Marías de Hipólito, el Nazareno de Pedrero con la cruz a cuestas y la mano extendida; La Crucifixión con su traqueteo de martillos, la elevación con la cruz en plano inclinado cuya silueta rompe el cielo de la madrugada; la Desnudez, que cada año ofrece unas sopas de ajo en las Tres Cruces que resucitan a los muertos; la Agonía con la bella Magdalena abrazada a la Cruz y la dulce Soledad, que abandonaba San Juan para cerrar el cortejo vestida de luto y oro, acompañada por sus devotas mientras Zamora entera vuelve los ojos a su rostro y deposita en sus manos miles de besos y plegarias.

Tras reponer fuerzas con las sopas de ajo, mientras despuntaba el día, en las Tres Cruces tuvo lugar la tradicional reverencia a la Virgen de la Soledad, la capitana de la mañana, para inciar el camino de regreso al Museo con la vuelta a la Plaza Mayor que cada año supone un supremo esfuerzo de los cargadores con sus sanos "piques" por ser los más sobrios, los más elegantes, los que mejor sortean las esquinas de la plaza sin perder la horizontalidad del paso como si sus imágenes caminasen en verdad sobre las cabezas de los zamoranos y visitantes.

Y mientras Zamora despedía en San Juan a su Virgen de la Soledad con un bosque de cruces que se alzaba al cielo y el rastro pegajoso de las garrapiñadas entre los dedos, el resto de pasos avanzaba hacia el Museo donde los cargadores hacían un último esfuerzo cerrando la madrugada más mágica, la más intensa que se vive en Zamora.

La madrugada de los cargadores. La madrugada de los que un día se fueron a la tierra amortajados con su humilde túnica de laval, la más bonita, la más nuestra.

La madrugada de La Congregación, la más bonita que conozco.

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Fotos: Rafa Lorenzo y Marcos Vicente