La Penitente Hermandad cumple el 75 aniversario de su primera salida procesional que culmina con la sobrecogedora interpretación del Miserere en la Plaza de Viriato.
Zamora ha celebrado esta noche sus Bodas de Platino con la imagen de Jesús Yacente, sus 75 años de amor y devoción desde que la impresionante talla saliese por primera vez a las calles para que la ciudad y sus cofrades rindiesen culto a una de las imágenes devocionales más queridas por los zamoranos. A las once de la noche, con impecable organización, las puertas de Santa María se abrían y las calles acogían el paso de Jesús Yacente, el milagro del amor.
Zamora le ha mostrado su devoción y su cariño en los Vía Crucis cuaresmales que han acercado a la imagen a las parroquias de los barrios, donde los vecinos han podido sostener en sus hombros el dulce peso de Jesús Yacente.
Cada Jueves Santo el pueblo zamorano renueva su compromiso de amor con la impresionante talle de Francisco de Fermín, obra excelsa del taller de Gregorio Fernández, al que los devotos se han acercado durante la tarde a velarlo en las horas previas a la penitencia.
En un sudario blanco, confeccionado un día por las manos primorosas de Amelia Gutiérrez de Eguaras, y unas humildes parihuelas a la luz de cuatro cirios encarnados salía la imagen de Jesús Yacente a las calles mecido por el sonido de unos tambores destemplados y precedido del sonido del viático, la pequeña campana del último sacramento. Una cruz de penitencia y dos de mayordomía dejaban su rastro de madera contra los empedrados del casco antiguo, en el silencio de la Cuesta de Pizarro y de las viejas rúas donde numerosos pies descalzos recorrían el camino a un viaje interior y espiritual junto a su Jesús.
Zamora lo esperaba en pie. No la Zamora del botellón, que no sabrá ni entenderá nunca el profundo significado de estos días, la raíz honda que ha mantenido viva la llama de la Semana Santa durante siglos. Esa no es nuestra Semana Santa, esa no es mi Zamora, ni quiero que lo sea ni nada tiene que ver con nosotros. Pobres ellos que no conocen la emoción de contemplar cara a cara a Cristo, a ese Jesús doliente del que escapa la vida.
En su rostro están los enfermos, los que le acompañaron y le cantaron, que tanto le quisieron; los que pierden la vida en las aguas del Mediterráneo, los apátridas, los que piden refugio, los mártires del siglo XXI en el nombre de una fe salvaje que convierte a su dios en un asesino. En su rostro están las miles de peticiones que Zamora deposita a sus pies, tantos besos, tanta compañía y tanta ausencia.
Y después, contra la madrugada más larga, el cántico del Miserere elevó a los cielos en la voz de trescientos años la oración que recita cada Jueves Zamora a su paso por la Plaza de Viriato, las estrofas que sobrecogen junto a la piedra mientras las manos de Pablo Durán sostienen miles de almas y resuenan en nuestros oídos y en nuestro corazón las voces de los que ahora claman desde el otro lado de la vida.
Fotos: Fco Colmenero