Zamora se prende a la Pasión en la tarde de la Santa Cruz
Las aceras repletas, el sol iluminando el románico de la ciudad, la primera de las tres grandes procesiones, esas que narrán la Pasión de forma cronológica, en la calle. La Vera Cruz encendiendo de morado nazareno la tarde y parte de la noche, la Vera Cruz haciendo escuela de Semana Santa.
Camina la Santa Cruz pesando más que otros años, camina hasta asomarse a San Juán con crespón negro anunciando que falta un hermano. Camina la Santa Cruz cuando todavía suenan las esquilas del Barandales, mientras Ciudad de Zamora despliega todo su arte en la Plaza Mayor, con ese redoble tan característico que dejará de sonar en nuestra Pasión.
Las miradas de los niños, muchos estrenando su caperuz morado, su túnica de nazareno; muchos otros en la acera, esperando un caramelo, se tornan hacia el Lavatorio, que ya encara la subida de San Andrés mientras suena La Cruz, el sonido por excelencia de las tardes del Jueves Santo.
La Santa Cena es la llamada a todos los hermanos a la merienda en la Santa Iglesia Catedral, a la reunión de los familiares, los que han esperado en la acera, los que salen acompañando a la Cofradía. Es el momento del abrazo con el hijo que sale bajo el paso, del niño que desfila por primera vez, es el momento del abrazo con los familiares de aquellos que ya no salen pero que siguen yendo al Castillo.
La Catedral es también momento de oración en el templo, igual que de la Oración en el huerto, de la obra de Juán Sánchez Guerra. Tras la oración, tras la merienda, tras el reencuentro, se pone de nuevo en marcha la procesión al son de la Banda de Olmedo, con ese caminar sin igual de El Prendimiento, esa imagen en la que Malco cada vez muestra más dolor, en la que Jesús muestra la misericordia de quien ya conoce lo que le va a ocurrir.
Hace tiempo que la Vera Cruz perdió la condición de cofrades flagelantes, aunque "Los Calvitos" son ese nexo de unión con el inicio de una procesión de Disciplina y Penitencia, la decana de Zamora. Los zamoranos, en la calle, siguen contando, siglos más tarde, la historia de esos tres personajes que azotan a Jesús. Y así, padre a hijo, el evangelio se hace carne cada Jueves Santo.
En las rúas las piedras se clavan en los pies de los hermanos de la Vera Cruz y los banzos en los hombros de los cargadores, esos que llevan La Coronación de espinas al paso por la Magdalena, al paso por esas calles empedradas de la zamora antigua, la que apenas ha cambiado desde el medievo. Y detrás una de las obras magnas de la Pasión, el Ecce Homo de Gil de Ronza, una de las joyas del estilo flamenco.
La Sentencia de Ramón Nuñez vuelve a la Plaza Mayor, donde zamora ya queda entre dos luces, donde la noche más larga del año para los zamoranos le va ganando al día, donde los primeros ecos del Miserere se van escuchando y Pilatos, una vez más, se lava las manos y permite que la ciudad decida a quien quiere salvar.
Los faroles del Nazareno de la Vera Cruz se encienden para entrar en el Museo, acompañado siempre por La Dolorosa, por esa madre que solo tiene dolor en su rostro, que no encuentra el consuelo al ver a su hijo caminando con la cruz. Y los hermanos de terciopelo morado cumplen con su cometido otro año más, algunos por primera vez, otros, desgraciadamante, por última vez, y por eso todos al final se despiden con un abrazo, un buena carrera hermano y el calor de toda una ciudad.