Zamora renueva su silencio al paso del Cristo de las Injurias
La ciudad ha guardado silencio al paso del Cristo de las Injurias, el portentoso Crucificado de la Catedral, que ha recorrido las viejas rúas acompañado de miles de cofrades que hincaron su rodilla en el suelo para ofrecer su silencio individual, la promesa, el juramento.
El toque de clarines anunciaba a las ocho y media la salida a la plaza de los cofrades mientras la Bomba de la Catedral prestaba su toque lúgubre y solemne a uno de los momentos más emocionantes de la Pasión, cuando la ciudad ofrece su silencio al Cristo de las Injurias mientras el incienso de los pebeteros se eleva al cielo y cae lentamente la noche.
La Plaza de la Catedral se ha convertido en una inmensa marea de terciopelo rojo en una de las estampas más sublimes de la Semana Santa de Zamora, la que se repite cada año cuando sale majestuoso el Cristo de las Injurias a sostener sobre sus hombros a una ciudad entera, a miles de almas. En el aire quedaban los acordes del chelo de Jaime Rapado interpretando como una lamentación la hermosa música de Enrique Satué.
Ya todos han regresado. Si desde el Lunes Santo la ciudad está literalmente desbordada de gente, la Plaza de la Catedral presentaba esta tarde su aspecto de Miércoles Santo, de día solemne, con las calles a rebosar de gente y de vida, de aquellos que vienen a vivir la Semana Santa que han aprendido de sus mayores o de quienes se acercan por vez primera a la ciudad para conocer la Pasión según la vive el pueblo zamorano, que entra en sus días más grandes, los más santos.