Ya les ha devuelto a la luz

La Hermandad de Jesús en su Tercera Caída recorre las calles zamoranas y recuerda desde el canto en la Plaza Mayor que 'La muerte no es el final'.

La Hermandad de Jesús en su Tercera Caída ha inundado de raso blanco y negro las calles de la ciudad. Muy pendientes del cielo, que ha dado tregua, la Banda de Clarines y Tambores de la cofradía arrancaba la procesión del Lunes Santo, la de las cruces de Coomonte, los arados y los yugos. La de la Madre despidiendo al Hijo, el Jesús Caído y la Virgen en su Amargura. La del barrio de San Lázaro, la que cada Lunes Santo recuerda a los zamoranos que la muerte no es el final.


La primavera recién estrenada se ha hecho presente en un día de nubles y claros en el que la amenaza de lluvia ha estado presente. Aún así los cofrades acudían puntuales a San Lázaro para acompañar al Jesús Caído, la maravillosa talla de Quintín de Torre, el Jesús de los lazarinos.

Las esquilas del Barandales y el sonido de los clarines y los tambores anunciaban la procesión, que abren las cruces donadas por el escultor José Luis Coomonte, quien ayer mismo recibía el Barandales de Honor. Una cruz de yugos alzada sobre los hombros de sus cargadores y la Corona de Espinas hecha con arados, una joya de la escultura que debería ser exhibida en algún museo de la ciudad, recordaban la Pasión de Cristo según la Zamora rural, la de las yuntas de bueyes y los surcos de la tierra. Y en un lugar del corazón y de la memoria, Ángel Crespo Durán.

Más allá, el rastro de unas rosas amarillas, la memoria siempre de un joven cargador, anunciaba el paso de la Despedida, de Pérez Comendador. El paso del abrazo, de la caricia, de la mirada. El que este año recordaba a Antonio García Prieto, 'Balú', que tantos años lo condujo por las calles, tan bonita, abriendo el camino al Jesús de la Tercera Caída, la magnífica imagen de Cristo vencido bajo el paso de la Cruz en su camino de flores rojas y moradas, como la sangre del sacrificio y su túnica de Nazareno.

Y después ya todo era Amargura, la Madre con la mano en alto, clamando al cielo, la Virgen zamorana de Ramón Abrantes, perfumando las calles de rosas blancas y de luto presentido, siguiendo al Hijo en su camino al Calvario.

Luego, en la Plaza Mayor, los clarines convocaban a la oración y al silencio, a la emoción por los que nos faltan. Y bajo los soportales del viejo Ayuntamiento, el rezo se transformó en el canto más hermoso mientras la Banda de Música de Zamora acompañaba a un puñado de voces masculinas que proclamaban al mundo que la muerte no es el final. Algunos escuchamos en esas voces que los que se sumaron al cántico desde el otro lado de la vida.

El Jesús de la Tercera Caída que un día acompañaron, el Jesús ante el que rezaron, ante el que cantaron, ya les ha devuelto a la luz.

Si quieres ver un resumen de la procesión podrás hacerlo pinchado en este link: VÍDEO

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Fotos: Rafa Lorenzo