Un Vía Crucis de Esperanza
El barrio de San Frontis, que cinco días antes había acompañado a su nazareno camino de la ciudad, abandonando el arrabal, dejando sus quehaceres y despidiendo al Nazareno de fervor, un Cristo de barrio que marca la llegada de la Semana Santa en la urbe, que anuncia que la comunión entre hermanos ha llegado, espera expectante tras el Puente de Piedra, tras un río de plata, que vuelva su hijo, que no abandone el barrio más en todo el año.
El barrio espera sosegado, tranquilo, para acompañar a Jesús en sus catorce estaciones, en su largo pesar con la cruz al hombro, con la carga de todos los hombres sobre sus cansados pies. Y detrás la virgen, la Madre, sin perder nunca la Esperanza, enjugando sus lágrimas con un pañuelo, para que el dolor de su hijo no lo sea más por el pesar de una madre.
El Vía Crucis llena la ciudad con sus terciopelos morados, con un incesanto caminar de caperuces iluminados por la luz del Mozo y su Virgen de la Esperanza. Y tras el puente, la despedida, el adiós de una madre mediante una reverencia entre el hijo que marcha y la madre que se queda, con el corazón en un puño, aguardando en Cabañales hasta el Jueves Santo, aguardando con un hilo de esperanza en los ojos, a subir Balborraz acompañando a las mujeres y madres de toda la provincia.