Testamento de amor en Siete Palabras

photo_camera Foto: Rafael Lorenzo

El Obispo de la Diócesis dedica una brillante homilía a las víctimas de los atentados de Bélgica en la misa previa a la procesión.

La Hermandad Penitencial de las Siete Palabras ha recorrido esta noche las calles de La Horta para subir por Balborraz hacia la Plaza Mayor y efectuar el tradicional rezo de las Siete Palabras en la Plaza de Viriato. El característico sonido de los bombos y de los tambores rompía la noche mientras hombres y mujeres hermanados en la túnica blanca y el caperuz de pana verde acompañaban al Cristo de la Expiración.

A las once de la noche comenzaba la misa de hermandad, el acto litúrgico más hermoso de la Semana Santa, el que los cofrades esperan como una cita ineludible a los pies del Crucificado. El coro de La Horta interpretaba las canciones que son un sello propio de la misa del Martes Santo en la que los cofrades cantan y rezan con ellos y comienzan una procesión interior que tiene su continuidad en las calles. En el altar los estandartes de las palabras ya estaban preparados para ser portados como penitencia, al igual que los siete crucificados realizados por diferentes escultores.

El Obispo de la Diócesos, Gregrio Martínez Sacristán, presidía un año más la celebración, que quiso dedicar en una enérgica homilía a las víctimas de los atentados de Bélgica, víctimas inocentes de la barbarie terrorista yihadista.

Eran las doce cuando sonaban los siete golpes de tambor y el redoble que encoge el alma y las puertas de La Horta se abrían mientras los hermanos dejaban paso al Cristo de la Expiración, el primero en salir del templo para contemplar a quienes le acompañan desde el silencio en la noche de las palabras. El sonido de los hachones de madera contra el suelo, la luz amarilla y naranja de las velas encendidas y los pies descalzos de los penitentes arropaban a un Cristo vivo que proclama en la cruz un testamento de amor. 

Ya en Viriato, la hermana Cristina Lazo fue la encargada de pronunciar las Siete Palabras. Cumplida la meditación y el rezo, la hermandad regresaba a La Horta ya de madrugada en el silencio de las calles casi vacías y allí, cerca del río, resonaron de nuevo los tambores y las puertas de la iglesia se cerraron poniendo punto final a una nueva noche de Martes Santo.

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