San Frontis acompaña al Mozo en el inicio de la Pasión

Suenan las campanas de San Frontis, suenan las campanas en el arrabal, suenan las campanas en el corazón de todos los zamoranos. Zamora es Semana Santa mientras el Barandales hace sonar sus esquilas en el otro lado del río, anunciando que el Nazareno sale de su casa, de esa casa de todos los vecinos de San Frontis que le acompañarán a reencontrarse con su madre.

Esperanza que teñirá de verde la ciudad medieval, Esperanza que espera en la Seo zamorana para encontrarse con su hijo un año más, una vez más, un Jueves de Pasión más. Zamora llama a la oración a sus hijos, la ciudad se sume en el silencio y gozo interno, la ciudad vive en Pasión.

Zamora, siempre mirando al pasado, a la Semana Santa que sus antepasados le dejaron en herencia, a una Semana Santa de pueblo, de culto cercano y de Pasión latente tiene una de sus representaciones más personales en ese traslado del Nazareno de San Frontis. Un barrio, antaño un arrabal, una comunidad que acompaña a su imagen hasta dejarla en la ciudad. Una Semana Santa de cara descubierta y procesión interior; una pasión que llega desde el arrabal.

La espera ha sido extremadamente larga para todos los zamoranos que se agolparán durante 10 días en las aceras de las dos márgenes del Duero para ver pasar al Mozo. Un año más el maestro Cerveró estará presente al sonar mientras se inicia el calvario zamorano sobre el Puente de Piedra.

Seguido por sus fieles, esos que no le abandonarán hasta que el Domingo de Resurrección puedan anunciar la buena nueva, ascenderá intramuros como ascendió al calvario. Y en la ciudad, silencio roto por el lento caminar de barandales y sus esquilas, siempre anunciando la llegada de la procesión.

El Puente de Piedra, puente de todos los zamoranos, puente que tiende la mano a sus hijos de las dos orillas para que nunca se separen verá llegar el cortejo y anunciará a toda la ciudad que sí, que la espera ha terminado.

La noche cae sobre Cristo bajo su cruz mientras se aproxima a San Ildefonso, mientras asciende la cuesta del Pizarro empujado por los hombros de unos cargadores que han calmado ya los nervios de abrazar a quienes unen su esfuerzo cada año.

San Ildefonso saluda a su hijo nazareno, ese que ya tiene en su mirada calmada puesta en la Virgen de la Esperanza, que espera en la Catedral. Allí dejarán los fieles a madre e hijo hasta el Martes Santo, día en el que ella acompañará en el dolor de todos los zamoranos hasta el otro lado del río.

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