El Cristo de la Buena Muerte sobrecoge a quienes lo contemplan por las calles portado a ras de suelo por dos turnos de ocho hermanos.
Cada noche de Lunes Santo en Zamora se convierte en un milagro de fe. El paso del Cristo de la Buena Muerte por las calles en medio de un reguero de luz sobrecoge a quienes lo contemplan y emociona a quienes se dejan llevar por el cántico y el silencio. Puntuales, como siempre, a las doce de la noche las puertas de San Vicente se abrían y el Crucificado de San Vicente convocaba al silencio y a la penitencia.
Portado por ocho hermanos en plano inclinado, el Cristo de la Buena Muerte descendía por Balborraz para llegar hasta la Plaza de Santa Lucía, donde el silencio puede cortarse con una navaja cuando el coro de la hermandad, dirigido por Francisco Rapado, arropa a la imagen y canta el 'Oh, Jerusalén' de Miguel Manzano, una música sin la que ya no se concibiría la noche del Lunes.
Contra la piedra resonaban las Siete Palabras de Enrique Satué en las magníficas voces del coro mientras la imagen ascendía hacia Santa María la Nueva. Una cruz vacía recordaba los nombres de los fallecidos de la hermandad, los que hacen procesiones en lo eterno, mientras la luz de las teas sostenía la lluvia de la primavera, el cielo empedrado de marzo, la luna que ya redondea sobre nuestras cabezas.
Su paso tan cercano, mecido en el latido de dos bombos, permite contemplar la maravillosa factura del Cristo de la Buena Muerte, obra de Juan Ruiz de Zumeta, cuyos dedos casi pueden rozarse desde las aceras. Es aún Lunes Santo, pero Dios ya pasa por las calles en el sueño sereno de la muerte, con los ojos cerrados, como dormido, mientras miles de flashes intentan captar la solemnidad del momento, el profundo respeto, el profundo fervor con el que Zamora sale en procesión junto a sus imágenes de devoción.
Cumpliendo un año más de forma rigurosa su impecable organización, la imagen retornaba a San Vicente este año en soledad, com la Plaza del Freco ya cortada para que los hermanos pudiesen apagar sus teas, pero no su fe, ni el amor que les lleva a descalzar sus pies para cumplir penitencia cada año al abrigo de su capillo monacal, con el signo de la cruz en el pecho, en el corazón.
Y la madrugada recibió en sus brazos al Dios vivo de la Buena Muerte, el que acoge a los zamoranos en la hora última.
El resumen en vídeo de la procesión y el cántico del "oh, Jerusalén" pude verlo pinchando el línk
Fotos: Rafa Lorenzo