Jesús en su Tercera Caída, titular de la cofradía de la tarde del Lunes Santo
15 de abril de 2014 (00:10 h.)
La cofradía de Jesús en su Tercera Caída recuerda desde la emoción y el cántico a los fallecidos
Aunque Cristo caiga bajo el peso de la Cruz. Aunque la tarde sepa a despedida y a beso último. Aunque la Virgen sea Amargura tras los pasos del Hijo Doliente, la Cofradía de Jesús en su Tercera Caída se ha unido en la oración y en el cántico para decirle a Zamora hoy, en esta tarde de Lunes Santo, que la muerte no es el final. El eco de las voces resonaba en uno de los momentos más emocionantes de la Semana Santa, cuando la hermandad llegaba a la Plaza Mayor.
Allí, con los tres pasos bailando sobre los hombros de sus cargadores, ha tenido lugar la oración, el rezo y el recuerdo por los caídos en las guerras, por los caídos en la carretera, por el cáncer, por una mala jugada del corazón, por los que lucharon su vida como una batalla del día a día y la perdieron para ganar otra vida. Así, desde la esperanza, cantaba hoy el Coro de Jesús en su Tercera Caída acompañado por la Banda de Música de Zamora. Gargantas unidas en el cántico, también desde la ausencia y el dolor, si todos tenemos unos brazos a los que echar de menos. Y así Zamora se emocionaba y rezaba por los que faltan en casa, por los vacíos que se hacen más dolorosos en estos días de Pasión.
Desde la iglesia de San Lázaro, por la Cuesta del Riego, subía la Despedida. Rosas amarillas en el camino y en los labios el último beso, ese que dicen nunca se da. Pero siempre existe un último beso, aunque no lo sepamos. La Madre y el Hijo, sin apenas rozarse, destacaban sobre los caperuces negros y las capas blancas de raso, que sobrevolaban como pañuelos las calles.
Abría el cortejo el Barandales y la Banda de Clarines y Tambores de la cofradía, que presta su peculiar sonido a la procesión y que después, ya en la Plaza, convoca a la oración y al silencio con su toque de difuntos. Tras la cabecera, la colección de cruces de José Luis Coomonte, autor asimismo de la Cruz de yugos y de la corona de espinas de arados que portan a hombros los hermanos, que constituyen una personalísima aportación del escultor a la hermandad con la que mantiene fuertes vínculos y tres diminutos cofrades en brazos de sus padres, con la cruz de raíz de membrillo en el pecho, que distingue al hermano de menor edad.
Gentío en las aceras y el rumor de marchas fúnebres en la calle. Getsemaní, Los Clavos y Nuestra Madre acompañaban el camino de los pasos al salir del templo. Así, la Banda de Nacor Blanco, la Banda de Música de Zamora y La Lira de Toro iban acompañando el suave mecer de los pasos: la Despedida, de Pérez Comendador, un adiós de madera y amor; Jesús en su Tercera Caída, de Quintín de Torre, talla rotunda de fuerte expresividad; y la Virgen de la Amargura, salida de las zamoranas manos de Ramón Abrantes, con su mano extendida hacia el cielo como quien busca una respuesta que nunca llega.
Cirios encendidos en las tulipas blancas iluminaban las calles bajo un cielo de bochorno y primavera, conformando un cortejo luminoso que desembocó en la Plaza, allá donde Zamora guardó silencio para orar y escuchar la promesa, el latido, el canto desde la esperanza: la muerte no es el final.