La luz y la vida se hicieron rezo y cántico junto al cementerio

photo_camera Foto: Rafael Lorenzo

Las previsiones no eran las mejores, pero el agua quiso respetar la salida procesional de la Hermandad Penitencial de Jesús Luz y Vida, que un año más ha bajado al cementerio de San Atilano a rendir homenaje a los zamoranos que ya descansan y que hicieron posible la Semana Santa a través de los siglos.

A las siete y media salían al atrio catedralicio los hermanos para rezar ante la imagen titular y avanzar después hacia el camposanto descendiendo la Cuesta de Pizarro, la que conduce al puente y al Duero, al otro lado del río, al otro lado de la vida.

El tintineo del Barandales anunciaba procesiones y la música del cuarteto de viento sonaba como un lamento y una promesa mientras el Jesús vivo de las manos abiertas, el que saliera de la gubia de Hipólito Pérez Calvo, surcaba la ciudad como el capitán de un inmenso navío sostenido sobre los hombros de sus cargadores. Una nave con una sola dirección, un solo latido, un solo rumbo.

Ante los muros del cementerio, en el crucero erigido para la oración, el recuerdo se hizo rezo y el rezo se hizo cántico cuando el coro entonó el 'De profundis', desde lo hondo, como un grito a lo alto mientras el Jesús se alzaba en pie sobre las tumbas y las cruces. Y cada cual recordó a los suyos, puso nombre, corazón y rostro a las ausencias, a los que nos abrazan desde el otro lado, en lo invisible.

Flores frescas quedaron contra la piedra y el crucero, mientras los hermanos de paso rezaban un padrenuestro junto a la puerta de San Atilano como despedida y como promesa: el Sábado de Gloria, desde el mirador del Troncoso, elevaremos a nuestro Jesús, a vuestro Jesús, sobre las murallas y sobre el Duero. Y Él mirará hacia el camposanto y los que nos faltan serán ya luz y vida, resurrección.

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