La Cruz tiñe de terciopelo morado las calles

La decana de las cofradías zamoranas ha desfilado bajo un sol radiante y ha cumplido su estación en la Catedral en cuyos aledaños familiares y cofrades se reúnen en las tradicionales meriendas.

La Cruz ha convertido las calles de Zamora en un bosque de terciopelo morado. Tarde de gentío y revuelo en las inmediaciones del Museo en los momentos previos a la procesión de la Vera Cruz, en un maravilloso desorden que después se convierte en dos filas de hombres y mujeres hermanados bajo el caperuz y, este año también, en el esfuerzo de la carga.

Las puertas del Museo se abrían y a las cuatro y media, bajo un sol radiante, salía la Cruz desnuda, la Cruz verdadera, la del sudario y las rosas rojas, la que con tanta dignidad sostuvieron aquellos que un día la llevaron sobre los hombros cuando les tocó cargar la cruz de la vida, la cruz de la enfermedad. Ahí debajo estaban todos. Todos.

Hombres y mujeres y también muchos niños vestían el terciopelo morado de la decana de las cofradías zamoranas, la que anunciaba la Banda de Cornetas y Tambores 'Ciudad de Zamora', la de los siglos y los olivos, la del Calvito y los judíos de San Juan. La del precioso Nazareno barroco que siempre lleva rosas rojas a sus pies y cuyos cargadores rindieron un sencillo y emotivo homenaje a su antiguo jefe de paso, Crisanto, a las mismas puertas del Museo; la de la Dolorosa salida de las manos zamoranas de Ricardo Segundo, cargada ya de luto, tan bella. Antes, la Banda de Villamayor de Armuña, dirigida por el zamorano Pedro Hernández Garriga, recibía la distinción del paso, con el pañuelo y la insignia del Nazareno en un acto sencillo y emotivo

Sonaba La Cruz de forma incesante y por las calles iban pasando, sobre el esfuerzo de los cargadores, las distintas escenas de la Pasión: la oración y el cáliz de la amargura en el Huerto; el hermosísimo rostro del Jesús de La Sentencia; la cena última con los discípulos, salida de las manos de Fernando Mayoral hace ahora 25 años; la impresionante volumetría de los dos pasos de Higinio Vázquez, el Lavatorio y la Coronación de Espinas; el entfrañable 'Calvito, la soberbia composición de El Prendimiento, el Ecce Homo gótico de Gil de Ronza, vínculo eterno de la cofradía con el convento de San Francisco, allá donde arrancó hace muchos siglos la Semana Santa zamorana.

Y la música que resuena por la Rúa como una sinfonía de la Pasión. Getsemaní, siempre Getsemaní, ahora sí, en Jueves Santo, en su día. Y nuestras bandas, la de Zamora y la de Nacor, acompasando con el alma, que no con los instrumentos el paso de los cargadores en dirección a la Catedral, donde esperan las santas meriendas familiares y cofrades cuando se juntan la sangre y los amigos y se comparte mucho más que unas viandas. Creedme, en esas meriendas la comida es lo de menos.

Una vez finalizada la estación en la Catedral con los pasos en el atrio, la cofradía emprendía ya con la luz de la noche el camino de regreso hacia el Museo en una Zamora atestada de gente y de vida que ya vive con el corazón en lo alto y la emoción a flor de piel los días más grandes de su Semana Santa y renueva su compromiso secular ante la Cruz. Ahí abajo estábais todos.

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Fotos: Rafa Lorenzo