Epílogo y vida

photo_camera La Plaza Mayor fue el escenario del Encuentro entre Jesús Resucitado y la Virgen

La ceremonia del Encuentro entre Jesús Resucitado y la Virgen culmina una Semana Santa que ya es pasado.

La Semana Santa 2015 ya es pasado para los miles de zamoranos que han vivido estos días con pasión, recogimiento y emociones encontradas. Con la alegría de los reencuentros y el dolor de las ausencias. Con la certeza de que en verdad era el Hijo de Dios el que moría en las calles para proclamar hoy la vida, ya Resucitado, cuando subía la Cuesta de Pizarro hacia la Plaza de las Marinas.

La ceremonia del Encuentro entre Jesús Resucitado y la Madre culminaba esta mañana una Semana Santa que ya son anécdotas e íntimas vivencias en la agenda personal de cada zamorano. Desde las ocho de la mañana los cohetes en La Horta anunciaban día de fiesta y solemnidad.

A las nueve de la mañana partía la imagen de Jesús victorioso sobre el sepulcro, en pie sobre la muerte, mientras la Banda de Zamora interpretaba marchas de gloria. En el pelo de las jóvenes integrantes de la formación musical, un orgullo para los zamoranos, brotaban flores en premio al esfuerzo de tantas horas y ensayos, de los pies cansados y los labios reventados acompañando el paso de Cristo y su Madre por las calles.

La música de la flauta y el tamboril -Javier Cuadrado cambiaba este año su corbata carbajalina por un original modelo con el Zangarrón de Sanzoles pintado-precedían el cortejo anticipándose a las romerías de la Pascua. De hoy en una semana los zamoranos acudiremos a honrar al Cristico de Valderrey. Es el ciclo de la vida, que no se detiene.

Un cuarto de hora más tarde iniciaba su camino por las calles, precedida por la Banda de Cornetas y Tambores Ciudad de Zamora, la Virgen del Encuentro, aún de luto, mecida con los acordes de la banda de Nacor Blanco, que interpretaba las últimas marchas fúnebres de una Semana de Pasión a punto de terminar con la alegría de la Resurrección. Porque sin la Resurrección nada tendría sentido, nada de lo vivido sería verdad. Porque la vida tiene que imponerse al dolor y a la propia muerte.

Ella por las calles céntricas cargada de luto y esperanza en las manos. Él por la vera del Duero para ascender por los viejos empedrados hasta la Plaza de los tilos, donde las monjas Marinas saludaban su llegada con una repicar de campanas mientras el Jesús reverenciaba al convento para después detenerse para el tradicional desayuno en casa del pintor y escultor Antonio Pedrero. Allí la música de Alberto Jambrina anunciaba que era el tiempo de la Pascua, que acabaron los rigores, ayunos y penitencias. Mientras, en el rincón de siempre, brindábamos por los ausentes y pronunciábamos su nombre sin decirlo, hacia adentro, que es otra forma de rezar y mantenerlos vivos. Estabas.

Ya en la Plaza, y a la orden de la presidenta, la Virgen cambió el luto por su manto azul de vida y alegría mientras las varas floridas de los cofrades de alzaban y sonaban en el aire las salvas o tuizas que rompían el cielo de la mañana en el milagro que da sentido a la vida de los creyentes: Cristo vivo sobre la muerte.

Unidas las dos comitivas en un bullicioso desorden descendieron por la cuesta de Balborraz para dirigirse a la iglesia de La Horta, donde cada año los zamoranos despiden a Cristo y su Madre entre un enjambre de varas floridas para que sea verdad la primavera, que siempre se abre paso, incluso cuando no queremos abrirle las puertas.

Está cumplido. Ahí mismo, en las puertas de La Horta, comenzaba la cuenta atrás para una nueva Semana Santa y la certeza de que nos espera una vida después de la vida. Una sonrisa. Un abrazo. Todo lo que amamos, lo que echamos de menos.

El tiempo de la muerte y el dolor es tiempo pasado. Ahora, la memoria de los que amamos vive en nosotros. Viven, son, están con nosotros.

Creemos y esperamos.

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