La Virgen de las Angustias recorre las calles acompañada de miles de hombres y de mujeres unidas en la devoción histórica de la ciudad.
Tras la intensidad del Viernes la noche devuelve la calma a la ciudad, la caricia de la Madre, su dulce paso por las calles en el momento íntimo de abrazar al Hijo antes de entregarlo a la tierra. Así contemplamos año tras año los zamoranos a la Virgen, en un cortejo de miles de hombres y mujeres que la acompañan llenando de luz las calles y que la llaman con solo dos palabras: Nuestra Madre.
Seis siglos avalan a la Virgen de las Angustias como la devoción histórica de la ciudad. A las once de la noche se abrían las puertas de San Vicente para dar paso a Nuestra Madre, con Cristo Muerto en su regazo y la mano en alto, acariciando el aire, bendiciendo a quienes la acompañan y la contemplan desde las aceras.
Así pasaba esta noche, tras el Crucificado de la Catedral, el Cristo de la Cruz de Carne, que en esta noche era Dios muriendo por las calles, empujado por sus cargadores, sobre un lecho de flores rojas como la sangre.
Y más allá, junto a las mujeres de luto, Ella, solo Ella, Nuestra Madre, la Virgen de las Angustias, sosteniendo en su regazo al Hijo muerto, dulcemente cargada por sus hermanos de paso, mecida en las marchas de Pedro Hernández y Jaime Gutiérrez, vida, dulzura, Madre Nuestra.
Cerraba el cortejo la Virgencica de las Espadas, la de las manos entrelazadas y el corazón traspasado. Y el rezo de la Salve era despedida y caricia, punto final de un Viernes Santo en el que Zamora ha vibrado, se ha emocionado y ha acompañado a Cristo y a su Madre como cofrade y desde las aceras, con una Pasiòn ya cumplida y el milagro de la Resurreción a las puertas.