El primer Miserere

photo_camera Foto: Rafael Lorenzo

El coro de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente inicia sus ensayos en la iglesia de San Andrés.

Son las seis de la tarde y los bancos de San Andrés van ocupándose de gente. Casi la misma todos los años, y cada año alguno más nuevo. En la nave izquierda, un grupo de hombres va colocándose en unas escaleras a modo de gradas. Pablo Durán da las notas de la partitura del padre Alcacer (Do los tenores, La los barítonos, Fa los bajos) y resuena primero la salmodia gregoriana y después la estrofa polifónica. El primer Miserere del año se expande por las bóvedas del templo.

Y se disparan las emociones y los recuerdos. Y los presentes cierran los ojos y regresan a la madrugada del Jueves al Viernes Santo, a la Plaza de Viriato, a la luna llena, al frío de las noches de marzo y de abril, a la imagen de Cristo Yacente portado a hombros entre las hileras de cofrades que bordean la plaza y que arropan su sueño mientras el coro eleva sus voces, la plegaria del arrepentimiento y puede cortarse hasta el aire entre un silencio macizo, que duele.

Cada sábado de la Cuaresma se repetirá la cita, a las seis en San Andrés, hasta el último ensayo en la mañana del Jueves Santo, cuando Zamora vive ya inmersa en su Semana Santa y restan apenas unas horas para que Jesús Yacente salga a la calle a recibir el cariño, la devoción de los zamoranos. Mientras llega ese día, los cantores ponen a punto sus voces y el director del coro ajusta los matices. Y el eco del Miserere se eleva desde la tierra y llega al cielo, donde cofrades y cantores se unen en el cántico al otro lado de la vida.

Miserere mei, Deus.

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