Del arrabal hasta el templo mayor de Zamora

photo_camera Numerosos zamoranos presenciaron el paso del Cristo del Espíritu Santo por las calles

La Hermandad del Espíritu Santo celebra su acto-oración en el atrio de la Catedral con la presencia del Obispo

El tañido lúgubre de una enorme campana y el olor a incienso perfumaba la noche del Viernes de Dolores. En el arrabal del Espíritu Santo, centenares de hombres y mujeres se disponían a cumplir la penitencia con sus pies descalzos para acompañar hasta la Catedral al Cristo del barrio, un Crucificado gótico que salía del templo pasadas las diez y media de la noche, abriendo de forma oficial los desfiles procesionales de Zamora.

La primera luna de la primavera ya redondea sobre el cielo en lo alto. Zamora ha abierto la Pasión con la primera procesión, pórtico y antesala de los días que han de sucederse sin pausa, mientras la ciudad desborda los templos y las calles y se le aceleran el pulso y los latidos. Ahora sí, ya es Semana Santa.

Los cofrades en el huerto de la iglesia, instantes antes de salir la procesión (Foto: J.L Cabello)A los pies del Cristo, unos humildes cardos y los cirios de los tenebrarios encendiendo la noche de los Dolores, iluminando la estameña blanca de los cientos de cofrades que, vestidos con hábito monacal, precedían el paso de la imagen por las calles que conducen desde el barrio hasta el templo mayor, alumbrando el camino con faroles con velas encendidas, mientras los niños –presentes en buena cantidad- portaban unas pequeñas varas rematadas por una cruz.

Numeroso público esperaba la comitiva en la Cuesta del Mercadillo o en la calle del Troncoso, así como en las inmediaciones de la Catedral, en cuyo atrio tuvo lugar el acto-oración presidido por el Obispo de la Diócesis, con la lectura de la Pasión y la intervención del coro de la hermandad, dirigido por Eduardo Vidal, que interpretó el "Christus Factus Ets", obra de Miguel Manzano para tres voces graves, compuesta de forma expresa para este momento.

Un momento para la emoción y el recogimiento, para revivir el pasaje de la Pasión en una tierra de pasiones encendidas representadas en centenares de humildes faroles.

Después los hermanos emprendían el camino de regreso y descendían por Mercadillo como un cortejo fantasmal, sin apenas ya público, hacia el templo del Espíritu Santo, a la humildad de la piedra. Allí, junto a la puerta, se detuvo el enorme campanil mientras el incensario esparcía el último perfume de la noche y las carracas rompían el silencio de la noche.

Mientras la imagen del Crucificado avanzaba hacia la iglesia, el coro de la hermandad entonó como despedida el "Crux Fidelis", cántico que ilustra numerosos puntos del recorrido del desfile, que discurrió en un respetuoso silencio. Cuando las puertas del templo se cerraron -el reloj marcaba la 1.24 de la madrugada- Zamora ya sabía del milagro visto en sus calles, del dolor de la muerte, de la grandeza de Dios y la soledad del penitente.

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