Dános, Señor, la paz en la muerte
La Hermandad de la Buena Muerte desciende a Santa Lucía para entonar el "Oh, Jerusalén" de Miguel Manzano.
Hay un Cristo al que los zamoranos le rezan para pedir la calma en la hora final. Un Cristo que abre la mano para conducirnos suavemente a la otra orilla. El Cristo de la Buena Muerte ha recorrido bien entrada la noche las calles de la ciudad y el silencio ha sido roto por el cántico, haciendo el Lunes más santo si cabe.
Nada queda a la improvisación en la noche del Lunes Santo, todo está hecho a la medida de las calles y de las gentes de Zamora. A las doce de la noche, puntuales, se abrían las puertas de San Vicente y salían los primeros cofrades a la calle. Primero, la cruz de madera que un día fue la cruz donde duerme su sueño el precioso Cristo de la Buena Muerte.
Después, el cortejo regresa al silencio de las calles estrechas que conducen a la ronda de Santa María, donde sus piedras recogen el eco de las Siete Palabras de Enrique Satué mientras avanza el Crucificado en plano inclinado mecido en las voces del coro, como una caricia antes de la muerte.
Las puertas de San Vicente se cerraban en torno a las dos de la madrugada. Cristo era entonces la luz del mundo entre centenares de teas ya apagadas después de cumplir la penitencia.
Dános, Señor, la alegría en la tierra y la paz en la hora de la muerte.
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Fotos y vídeos: Rafa Lorenzo, Marcos Vicente, Fco Colmenero