A los pies de su Señor
El sonido del chelo de Jaime Rapado, llamando al juramento, al recogimiento, música melodiosa que dejará paso al silencio. Al silencio de un Cristo crucificado, Señor de Zamora, que saldrá de la Santa Iglesia Catedral para observar a su pueblo arrodilado ante él. Tarde de recogimiento y oraciones, momento fundamental de la Pasión zamorana, tarde de Cristo de las Injurias. Un poco antes de las ocho se hace el silencio. Zamora se para, se adormece mientras la luz va perdiendo su fuerza y va dejando paso a la oscuridad. Un ritual silencioso de cofrades aterciopelados en rojo, poco a poco, va llenando la plaza de la Catedral mientras el olor a incienso y el sonido de una campana van anunciando al pueblo que Cristo va a salir a la calle.
Juramento de silencio de una ciudad ante su Cristo. Silencio agradecido para quien consiga cumplirlo, silencio perdonado para quien no pueda mantener su juramento. Al fin y al cabo, silencio en toda la ciudad al paso del Cristo de las tres miradas, el crucificado más imponente de toda la Pasión zamorana.
El constante caminar de los hachones hasta formar una estampa de contrastes entre la milenaria piedra del medievo zamorano y la vitalidad de unos hermanos que acuden a la llamada de los clarines es el preludio de la aparición del Cristo de las Injurias en su plaza, en su casa.
Y entonces el silencio se rompe con más silencio, con instantes eternos de respeto profundo a una talla que cuentan que vino de Granada, donde unos moriscos la injuriaron, y por eso Zamora, cada Miércoles Santo, le muestra su respeto.
Y las calles se convierten al Señor, que pasa entre los balcones que le mirarán a los ojos, a sus tres miradas de Cristo injuriado que rozan el alma de los ciudadanos de a pie, hermanos de acera que sin haber hecho juramento, le ofrecen su pobre silencio como la mejor forma de entregarse al Cristo de las Injurias, al Señor de Zamora.