Un sacerdote zamorano para 90 pueblos peruanos de la Cordillera de los Andes

El sacerdote zamorano Pedro Rosón en el puente de Pino

Pedro Rosón, párroco en la zona de Benegiles, ha servido durante más de 20 años a la comunidad peruana atendiendo en hospitales, asilos y ahora manteniendo contacto con un internado en el que estudian 20 jóvenes

Este domingo se celebra el Día del Domund, Jordana Mundial de las Misiones

Desde su último destino como párroco de la zona de Benegiles, Pedro Rosón aún mantiene contacto con la comunidad del Perú. Sus más de 20 años divididos en cuatro misiones le han llevado a atender a toda la comunidad desde los pueblos de la zona rural azotados por la pobreza y la climatología extrema a hospitales y asilos para desamparados. Una labor que comenzó en 1984 y que aún hoy mantiene a más de 9.000 kilómetros de distancia.

Su andadura arrancó con otros tres sacerdotes procedentes de Palencia, Valladolid y Ávila en la que apodaron como la “misión del Chira” en la zona del Piura ubicada al norte del desierto de Sechura y a algo más de 950 kilómetros de la capital, Lima. Allí pasó seis años, pero su misión evangelizadora no quedaría ahí. Tras un ‘parón’ en el que regresó en calidad de párroco de San José Obrero, Rosón volvió a poner rumbo al país sudamericano.  

A sus 75 años, este sacerdote zamorano aún recuerda su segunda etapa como misionero. En plena Cordillera de los Andes, fue el encargado de atender a los hasta 90 pueblos que llegó a tener a su cargo con alturas que variaban desde los 400 a los 9000 metros de altura. Todo ello a lomo de burra o caminando. “Es una de las misiones más bonitas que he vivido porque era muy completa desde ese caminar de pueblo en pueblo a atender sus necesidades”. Posteriormente llegarían otros dos misioneros de Castilla y León que le permitirían repartir el trabajo, si bien la distancia entre pueblo y pueblo podía llevar entre ocho y diez horas de camino.

Pedro Rosón durante su misión en el hospital de la Orden de San José de Dios en Perú. Fotografía: CEDIDA

El agua potable, la mejora sanitaria y la atención a las comunidades en todas sus facetas vertebraba un trabajo multidisciplinar de entrega a unos pueblos azotados por las lluvias torrenciales. Una misión que pudo llevar a cabo entre 1992 y 1997 gracias al visto bueno del entonces obispo de Zamora Simón Piorno, de Carbellino de Sayago.

Una misión que se vio interrumpida por un ‘descanso’ de cuatro años en el que Rosón regresó a Zamora para continuar su tarea ya destinado en la zona de Aliste. “Ahí empecé a sentir internamente una necesidad de realizar y vivir mi sacerdocio no tanto desde el predicar sino desde el hacer, de marchar donde me hicieran falta más las manos que la palabra”. Su partida de nuevo a tierras andinas era ya un hecho sabido.

En este caso, las manos de Rosón fueron las encargadas de atender a los niños discapacitados del hospital de la Orden de San Juan de Dios, en el altiplano de la zona de Cuzco. “Eran niños muy empobrecidos que llegaban con muchas limitaciones físicas y psíquicas”. Una labor de atención junto al personal de la clínica.

Con el reto de atender a menores en las peores condiciones y que sólo hablaban en lengua quechua, Rosón y el equipo apostó por poner “alma, vida y corazón”. No sería el último, ya que tras una etapa destinado en la zona de La Guareña y Bóveda de Toro y con 69 años a sus espaldas, decidió entregar su vida “pensando que sería mi última misión”. No fue así. 

Pedro Rosón durante su misión en el hospital de la Orden de San José de Dios en Perú. Fotografía: CEDIDA

Su destino fue un asilo de personas desamparadas, la mayoría de ellas sin documentación alguna de identidad. Era la caridad pura y dura y que supuso el mayor reto de su experiencia misionera. “Eran personas totalmente desestructuradas, desde una persona que rescatamos en un corral de nueve años y con apenas ocho kilos hasta ancianos que no sabían cómo se llamaban ni de dónde eran”. Una labor de absoluta dedicación en la que Rosón apenas requería diez palabras del diccionario en todo un día de trabajo.

“Yo nunca he marchado huyendo”. Rosón asegura que siempre estuvo en su cabeza el pasar una etapa en el Tercer Mundo y que hay que tener mucha fortaleza moral para tomar la decisión de marcharse de misión. “Tienes que ir no de Quijote tú sólo sino en fraternidad y cuesta; pasas noches sin dormir hasta que das el sí”.

Fue la pandemia la que “obligó” a Rosón a retirarse de nuevo a Zamora pero con un proyecto que aún mantiene en la distancia como es un internado en el que 20 jóvenes prosiguen con sus estudios universitarios, un proyecto que cuenta con el apoyo de Cáritas de Zamora y Arquitectos Sin Fronteras de Castilla y León.

Una vocación misionera que comienza a languidecer. El envejecimiento del clero deja sin relevo generacional para atender a las comunidades dejando el espíritu de renuncia en el olvido. “En la maleta cabe muy poco. Esa necesidad de vivir a la intemperie y en comunidad es de las experiencias más ricas que se puede experimentar”.

Pedro Rosón y Juanita de Alicante, que fundó el asilo de desamparados en Perú hace 30 años. Fotografía CEDIDA
Pedro Rosón durante su misión en el asilo para desamparados en Perú. Fotografía: CEDIDA