Enrique Crespo, cirujano taurino: "La última plaza a la que iré será a la de Zamora"
Reconocido con el Premio ‘Antonio Bienvenida’ a los Valores Humanos que concede el prestigioso Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida, este madrileño de nacimiento pero de familia zamorana lleva 45 años dedicado al mundo de la cirugía taurina y en los que ha asistido 614 cornadas
“Por fuerza sólo podía ser cirujano, aunque de pequeño odiaba la sangre”
Pasión a golpe de suturas. Entre ovaciones, vítores, aplausos y carreras, los festejos taurinos cuentan con un equipo que pasa desapercibido pero que atesora en su poder la capacidad para salvar vidas. Siempre en guardia, casi bisturí en mano apostados aguarda tras los burladeros o en la retaguardia de los espantes. Un equipo que, a nivel nacional, cuenta con un apellido de procedencia zamorana capaz de atraer talento del otro lado del Atlántico.
El amplio currículum del doctor Enrique Crespo Rubio (cirujano ortopédico y traumatólogo en el hospital Ruber de Madrid, cirujano taurino y doctor por la Universidad de Alcalá de Henares) deja una larga estela de reconocimientos y premios que se pueden resumir en tres datos: 45 años de profesión en los que ha atendido 614 cornadas en algunos de los entre 120 a 190 festejos que, de media, asiste al año.
Su implicación y entrega es total en el quirófano demostrando una eficacia que ha sabido transmitir a generaciones de MIR que, año tras año, pugnan para tratar de emular su ojo clínico. Una labor de difusión dentro y fuera del entorno esterilizado que ahora ha sido reconocida con el Premio ‘Antonio Bienvenida’ a los Valores Humanos que concede el prestigioso Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida. En los 18 años de historia del galardón, tan sólo el doctor don Máximo García Padrón había logrado tal reconocimiento y al que ahora se sumará este zamorano -aunque madrileño de nacimiento- en la gala que tendrá lugar el próximo 11 de mayo en Las Ventas de Madrid.
“Por fuerza sólo podía ser cirujano, aunque de pequeño odiaba la sangre”. La de Enrique fue una profesión heredada hasta tal punto que su temprana vocación por la arquitectura quedó finalmente relegada en pos de la saga familiar. Desde su bisabuelo, Antonio Crespo Carro, pasando por su tío abuelo y su padre, el quirófano forma parte indisoluble de un apellido con solera en la ciudad de Zamora.
Un aprendizaje “mano a mano” bajo el brazo de su padre y mentor primero en el hospital y en la clínica y, más tarde, en la cara más desconocida de las plazas de toros. Sus primeros recuerdos en el coso se remontan a finales de la década de los años 70, cuando Antonio Crespo-Neches comenzó a custodiar el burladero del equipo médico en los ruedos de la Comunidad de Madrid. “Me llevaba con él y hasta ahora”.
Un legado que le ha dejado a cargo de los servicios médicos en más de una decena de plazas de toros, la mayoría enmarcadas en la Comunidad de Madrid desde Aranjuez, Colmenar el Viejo, Illescas, San Martín de Valdeiglesias a Alcalá de Henares, pero también en Huesca, Toledo y Ciudad Rodrigo (Salamanca). Un listado en el que no podía faltar la ciudad que siempre ha sentido como suya: Zamora. “Será la última plaza a la que vaya, a mi tierra y a la que fue la plaza de mi abuelo”.
Con una media de tres eventos semanales, este cirujano ajusta al máximo su agenda para compatibilizar sus consultas diarias con los festejos que a veces se enlazan mañana, tarde y noche. Un extra de esfuerzo para un equipo de profesionales -algunos le siguen desde sus inicios allá por 1979- que resulta indispensable en la autorización de cualquier festejo, siendo a la vez sinónimo de seguridad. Los quirófanos de las plazas o las unidades móviles se convierten en auténticos salvavidas para quienes son embestidos por un astado.
“En las plazas de toros sí soy consciente de haber salvado la vida a un mozo en un encierro o en una capea y a más de un torero en una corrida”. De las cuatro llamadas al capellán de Ciudad Rodrigo para que diera la extremaunción a un paciente, todos han sobrevivido pese a la gravedad de muchas de las heridas.
Asegura Enrique que es en los festejos populares donde se concentra el mayor número de asistencias médicas y las de mayor peligrosidad. Sólo en Ciudad Rodrigo en los peores años han llegado a operar hasta ocho cogidas por asta de toro.
“Siempre me pongo en que puede pasar lo peor y para eso me preparo. Yo no voy a la plaza de toros para divertirme”. Con la confianza depositada en la veintena de profesionales movilizados y equipos móviles avanzados, las asistencias in situ ya se abordan de manera integral, sin necesidad de volver a abrir al paciente tras su ingreso en el hospital. “Si cuentas un una buena unidad puedes operar prácticamente la mayoría de las cornadas para resolverlas de una manera definitiva”.
A ello se suman los avances médicos y tecnológicos. “Yo opero las cornadas igual que hace 40 años, igual que mi padre las operaba hace medio siglo y que su tío hace 100 años. La técnica no ha variado, pero sí los métodos anestésicos”.
Su técnica y eficacia ha trascendido fronteras hasta llegar a ojos del jefe de Urgencias del Hospital General de Pittsburgh (EEUU) que, tras constatar a través de las redes sociales la intervención realizada a un norteamericano por una cornada en el municipio salmantino, ha pasado a formar parte de su plantilla de fijos en el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo.
Una pasión y una lucha por mantener una especialidad que sostiene el legado popular en el ruedo, en los encierros populares y en el campo. Un espíritu en línea con la apuesta de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Cirugía Taurina que desde hace ocho años lucha por asegurar el relevo generacional en una vocación cada vez menor. “Hay relevo, aunque va a costar”.