El Perdigón se vuelca con el Corpus Christi : alfombras florales, fe compartida y arte efímero
La solemnidad del Corpus Christi volvió a desplegar toda su fuerza simbólica y comunitaria en El Perdigón, donde vecinos y feligreses se unieron para convertir su parroquia y las calles adyacentes en un tapiz de fe, color y creatividad. Como ya es tradición, la elaboración de alfombras florales fue el corazón de una celebración que trasciende lo religioso para convertirse en una auténtica expresión de identidad colectiva.
Los preparativos comenzaron con varios días de antelación, cuando se eligieron los diseños que decorarían tanto el interior del templo como el recorrido procesional. Este año, uno de los motivos protagonistas fue la pancarta del Jubileo de la Esperanza, en consonancia con el lema del actual año jubilar. La tardía fecha del Corpus —celebrada más adelante de lo habitual— despertó cierta inquietud por la posible falta de flores, lo que llevó a recurrir a la imaginación: durante tres tardes consecutivas, un grupo de mujeres de la parroquia se dedicó a teñir serrín de colores para suplir la escasez de pétalos naturales.
Con paciencia y precisión, los dibujos fueron luego trasladados al suelo en dos sesiones de trabajo dentro de la iglesia. La víspera de la fiesta, los esfuerzos se intensificaron para completar la alfombra interior y decorar las columnas de la entrada. Pero fue ya en la madrugada del día grande, a las siete en punto, cuando el pueblo se puso manos a la obra para extender la alfombra exterior desde la iglesia hasta el Ayuntamiento, punto final del recorrido procesional y lugar donde se erigió el altar para la bendición con el Santísimo Sacramento.
Lo artístico, sin embargo, no fue lo único destacable. “Más allá del colorido y la estética, lo que realmente emociona es ver a todo el pueblo unido, cada uno aportando lo que puede”, comentaba una vecina, escoba en mano. En ese ambiente de colaboración intergeneracional, entre trazos de serrín, risas y cánticos, se vivió un ejemplo palpable de comunidad viva.
El broche de oro lo puso, como cada año, el tradicional desayuno de chocolate con churros, compartido en la plaza del pueblo tras la misa y la procesión. Una sencilla celebración que resume el espíritu de esta jornada: fe, arte y fraternidad al servicio de una tradición que sigue muy viva.