Codesal aún tiene fuelle
El oficio va perdiendo fuelle, pero en Codesal se resisten a que desaparezca. Leonor Gallego y su marido Rosendo continúan con el trabajo que iniciaron sus abuelos y sus padres y siguen fabricando fuelles artesanales en la carpintería que poseen en este municipio de La Carballeda.
Aunque ya no es un negocio, "hace 21 años se vendían unos 3.000 fuelles al año y, ahora, dos cada verano", afirma Leonor Gallego, esta pareja de artesanos mantiene la ilusión por mantener un oficio que prácticamente ya no existe en ninguna parte de España. Cuando sus padres vivían la fabricación de sopladores era un negocio familiar, "hasta teníamos tres o cuatro obreros", que complementaban con una pequeña granja de lechones.
Pero los tiempos han cambiando y la elaboración de los compresores para chimeneas se ha reducido a un "hobby" que el matrimonio se resiste a dejar. Si abandonan, con ellos desaparecería un oficio que se remonta a la era del metal, cuando aquellos antiguos herreros gritaban al fuego para avivarlo y acabaron inventando la primera "máquina" que producía aire: el fuelle.
Leonor Gallego conoce el oficio desde pequeña. "Cuando salíamos del colegio, con apenas 9 años, mi hermana y yo nos veníamos al taller y mis padres nos dejaban los fuelles hilvanados para que les pusiéramos las puntas", relata. Su marido llegó al oficio más tarde, tras su regreso de Barcelona y su decisión de establecerse de forma definitiva en su pueblo. Los dos forman un buen tándem: ella, que trabaja con personas discapacitadas, se encarga de cortar y pulir la madera de castaño; él, carpintero y artesano, talla la madera.
El adorno en cada artilugio es personal, a gusto del consumidor: las iniciales del nombre, la figura de un ciervo o la silueta de un lobo. Rosendo tiene la maestría para dibujar cualquier detalle.
Por eso, porque cada detalle es importante, fabricar un fuelle no es una tarea rápida: "Desde que cortas la madera, dibujas el objeto, lo pules, le haces lo agujeros y encajas todas las piezas pasan horas", explica Leonor, quien reconoce que el producto final tampoco es barato. "La artesanía cuesta", reconoce, lo que supone un hándicap a la hora de vender el producto dada la crisis económica que vive toda España desde hace años y, ahora, también la sanitaria.
Aun así, lleva el oficio en la sangre y se empeña en mantener una tradición que se perderá cuando estos pequeños artesanos vayan desapareciendo. Su carácter optimista no la deja desistir en el empeño porque, como ella misma dice, "las chimeneas siempre necesitarán fuelles".