Este fin de semana, en un partido de categoría infantil entre el Morales y el Racing Benavente, la tensión en la grada escaló hasta un punto inaceptable.
Durante el transcurso del partido, el árbitro se vio obligado a expulsar a un jugador del Racing Benavente tras mostrarle la segunda tarjeta amarilla. Esta decisión desató la furia de los padres del equipo benaventano, que increparon desde la grada al colegiado con insultos y comentarios fuera de lugar. La situación no terminó ahí: al finalizar el partido, tres padres del equipo visitante esperaron al árbitro a la salida del campo, donde lo insultaron y amenazaron, llegando casi a la agresión.
Este lamentable episodio no es un caso aislado. En otros encuentros recientes disputados en Zamora, como en los campos de Valorio, se han registrado incidentes similares protagonizados por progenitores que, lejos de fomentar el respeto y el juego limpio, convierten las gradas en escenarios de crispación y hostilidad.
Es urgente reflexionar sobre el papel de los adultos en el fútbol base. El comportamiento de algunos padres no solo afecta a los árbitros, que en muchas ocasiones son jóvenes en proceso de formación, sino que también genera un entorno tóxico para los propios niños, quienes deberían disfrutar del deporte sin presiones ni violencia.
Muchos defienden la necesidad de implementar medidas contundentes para erradicar estas actitudes. Una de las propuestas que cobra fuerza es la de prohibir la entrada a los partidos a aquellos padres reincidentes en comportamientos violentos.
El fútbol infantil no puede convertirse en un reflejo de la intolerancia de los adultos. Es responsabilidad de todos, clubes, federaciones y familias, garantizar que el deporte base siga siendo un espacio de formación, respeto y juego limpio.