¡GRACIAS , RAFA, POR TANTO!

Rafa Nadal

Es curioso como una persona a la que no conoces de nada y que ni siquiera sabe que existes puede colarse en un álbum que repasa los mejores recuerdos de una vida desde un pueblo de Zamora

El póster gigante de Sergi Bruguera ya no colgaba en la pared de mi habitación, pero seguía guardado en un cajón, como recuerdo de aquellas tardes en las que el tenista español reinaba en Roland Garros, torneo que conquistó en dos ocasiones. Su retirada en 2003 marcó el fin de una era para mí, y dudé de que algún otro jugador pudiera hacerme sentir la misma pasión por un deporte que había llegado a mi vida gracias a mi abuelo Melchor. En aquel París de emigrantes, mi abuelo nos enseñó a todos los nietos que había deporte más allá del fútbol y nos hizo amar una disciplina deportiva en la que triunfarían tantos españoles.

Gracias al abuelo y a la “caja tonta” me pegaba al sofá durante horas para admirar la “mano de hierro” de un tal de Iván Lendl, el checo que levantó en tres ocasiones la Copa de los Mosqueteros, hasta que en mi colección de ídolos aparecieron Alex Corretja y la melena de Andrea Agassi y, por supuesto, Sergi Bruguera, con su elegante revés a dos manos y su dos victorias en la tierra batida de París. Fue un “flechazo”, pero con su retirada, allá por el 2003, guardé el póster del ex tenista, y con él, la esperanza de volver a revivir aquellas emociones. Sin embargo, solo un año después, un joven con melena y pantalón pirata llevó en volandas a España para lograr la segunda Copa Davis de su historia. La cita fue en Sevilla, en la Cartuja, y nada más ver por la televisión a aquel zurdo, ambidiestro e infatigable, tumbar al gigantón americano Andy Roddrick, tuve la certeza de que me quedaban por ver muchas horas de tenis y de que ese jovencísimo Nadal sería una leyenda. Y yo quería verlo en directo.

Así comenzaron los viajes por media España y parte de Europa para verlo jugar y ganar, casi siempre. Es curioso como una persona a la que no conoces de nada y que ni siquiera sabe que existes puede colarse en un álbum que repasa los mejores recuerdos de una vida. Eso es Rafael Nadal Perera: veinte años en el recuento de los momentos más felices de mi propia vida. El que más añoro, ¡cuánto daría por volver atrás!, cuando le vi por primera vez en las pistas de Roland Garros, acompañada por una de sus fans más incondicionales, mi tía Lusa, ya fallecida. Fue ella la que logró las entradas para ver a Nadal, ¡qué sonrisa tiene este chico!, decía mi tata, en una semifinal que le enfrentaba al croata Iván Lujbicic.

Emocionadas y sosteniendo la bandera de España, las dos fuimos testigos en ese 2006 del triunfo del de Manacor en un partido de casi tres horas. ¡Es un toro!, ¡Es un toro¡, no se cansaba de repetir tata Lusa cuando dos aficionados franceses nos “chinchaban” augurando el triunfo de Federer, que jugaba la otra semifinal con el argentino Nabaldian, en una final para la que no conseguimos entradas. Ni ellos ni nosotras pudimos imaginar entonces que aquel chico humilde, pero incansable, “mordería” la Copa de los Mosqueteros hasta 14 veces más, y que sumaría en las vitrinas de su museo 92 títulos, entre ellos, 22 Grand Slam.

En mi memoria, Nadal forma parte de otro recuerdo imborrable, también en 2006, con mi amiga Iciar, que descanse en paz. Nada más saber que la Copa Davis se celebraba en Santander, solicité una acreditación de prensa y la llamé a Barakaldo para pasar ese fin de semana en la capital cántabra. Ella aceptó a regañadientes: “mira que venir desde Zamora para ver cómo se pasan la pelota dos tíos!, protestó, pero después de cada partido allí estaba, esperándome. Y cuantos años me perdí las fiestas del Cristo de mi pueblo, Granja de Moreruela, porque las fechas coincidían con la eliminatoria de Copa Davis!.

Gracias a Rafael Nadal también he logrado hacer muchos amigos en el camino y formar parte de un grupo que se reúne, siempre que es posible, en torno a la Copa Davis. ¡Vamos España!, gritamos, mientras “suavizamos” la garganta con la bota de vino y disfrutamos del embutido que viaja desde Alicante o Madrid y, por supuesto, del chorizo zamorano. Fue en 2014, cuando llegué al aeropuerto de Barajas para viajar hasta Lyon y luego hasta Clermont-Ferrand, ciudad en la que España buscaba otra ensaladera ante Francia.

Cuando llegué al aeropuerto, vi a un grupo que lucía una camiseta en la que se leía “Copa Davis IBI” y me acerqué a ellos para preguntarles el transporte que iban a utilizar hasta la sede de la competición, a unas dos horas en coche desde Lyon, donde aterrizaba el avión. “Hemos alquilado una furgoneta y nos sobran dos plazas. Así que vente con nosotros”, me propuso un “grandullón”. Desde entonces, el tenis ya no es solo Nadal o Alcaraz. Es Carlos el de Ibi, el “grandullón” y el mejor organizador de viajes de Copa Davis del mundo; su mujer, Pilar; su hermano Fernando; Claudio y María José; Fermín, el “Manolo Escobar” del grupo, y Carmen; Felipe y Ana; la otra Ana, como yo la llamo; Asun, la de Zaragoza: Adelina y Antonio; José Luis e Isidoro, que descansen en paz; su viuda Pilar y mi pareja, Alejandro, que se enganchó, más que al tenis, a las “merendolas”, que ameniza con disfraces varios.

Rafa Nadal (1)

De aquel viaje nos trajimos una “manita”, un 5-0 en contra, con un Nadal que ni siquiera viajó a Francia por una lesión, pero aquella humillante derrota consolidó un grupo de amigos y amigas que se mantiene 10 años después, y que volverá a reencontrarse, con un miembro más, mi primo Manu, este mes de noviembre en Málaga, para despedir, como se merece, a un tenista único por su saber estar en la pista, por sus valores, por su capacidad de superación, por su entrega y también por su humildad.

Por eso, cuando Rafael Nadal anunció este jueves su retirada, no pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas. Porque con su adiós, se cierra otro capítulo de mi vida lleno de momentos que me hicieron inmensamente feliz. Me despido del ídolo, pero no de todos aquellos que compartieron conmigo sus triunfos y sus derrotas. Empieza otra era, la de Carlos Alcaraz, y continuarán los viajes…Esa es otra historia y el nacimiento de otra leyenda. Ya no lloro por la despedida, sonrío porque sucedió y yo estuve allí.

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