En noviembre de 1973, Iberduero firmó con el Ayuntamiento de Moral de Sayago el proyecto para construir una central nuclear en los terrenos expropiados por ese fin. A finales de la década de los 70 comenzaron las obras: torres, estructura, instalaciones auxiliares, caminos y edificaciones fueron levantadas con la idea de poner en marcha una planta nuclear junto al río Duero. En plena fiebre energética, se pretendía levantar una de las grandes plantas del noroeste español, con capacidad para alimentar millones de hogares.
Sin embargo, en 1984, tras la moratoria nuclear aprobada por el Gobierno socialista, las obras quedaron suspendidas, aunque el paisaje de ese rincón de Sayago cambió para siempre. Aquella suspensión temporal de la puesta en marcha de centrales energéticas afectó en conjunto a las centrales de Lémoniz, que sufrió un atentado de la banda terrorista ETA, Valdecaballeros y Trillo II, que nunca entraron en funcionamiento ante el surgimiento de un movimiento antinuclear creciente durante los años 70 y 80, que formaron plataformas ciudadanas para exigir moratorias y referéndums.

El municipio conserva, desde entonces, los restos de aquella gran apuesta energética: estructuras inconclusas, celosías metálicas y construcciones abandonadas, huellas tangibles de lo que pudo haber sido. Este legado no solo es arquitectónico, sino también social y paisajístico, especialmente al estar muy cercano al parque natural de Los Arribes del Duero, espacio hoy protegido.
Hoy, la huella que dejó aquel proyecto en el pueblo es más simbólica que real. Entre los vecinos se comenta poco —apenas para orientar a algún visitante curioso que pregunta por el acceso a las ruinas—, pero las construcciones siguen ahí, silenciosas, recordando el tiempo en que Moral de Sayago estuvo a punto de convertirse en un enclave nuclear.