En Granja de Moreruela lo tienen claro: si se cierra un bar, hay que echarle imaginación para que no se apague la vida social. Desde el pasado 1 de octubre, el último bar del pueblo bajó la persiana. No era la primera vez que tocaba reinventarse: hace más de un año cerró otro y, desde hace años, el único con discoteca solo abre en verano.
Pero aquí nadie se queda en casa. Acostumbrados a los jueves de desayunos colectivos, los miércoles de partida y los fines de semana de cenas, los vecinos decidieron que la rutina no podía romperse. La carpa que los dueños del bar habían montado en la terraza se transformó en punto de encuentro improvisado: cada uno llevaba su comida, se compartían risas y, entre plato y plato, siempre alguien acababa diciendo: “¡Pero donde esté un bar…!”.

Tampoco faltaron alternativas. Las antiguas escuelas se convirtieron en salón social de facto, con vermuts y partidas de parchís que ya son casi deporte local. Y ahora, para poner orden a tanta creatividad, el Ayuntamiento ha abierto el antiguo almacén del Teleclub —que fue también albergue de peregrinos y, en los primeros años de la democracia, sede del propio Consistorio— como “local social temporal”.
El bando municipal lo deja bien claro:
“El Ayuntamiento informa a todos los vecinos que, de forma temporal y hasta que el bar vuelva a estar en funcionamiento, se ha habilitado el almacén del Teleclub como lugar de ocio y reunión para uso de los habitantes del municipio.”
Desde entonces, las mañanas huelen a café (cada uno se prepara el suyo y deja un euro en el bote), las noches se llenan de charla y los domingos vuelven a tener vermut. Porque aquí, cuando se cierra un bar, se suple con creatividad.

Mientras tanto, los vecinos y vecinas de Granja de Moreruela esperan con impaciencia que el Ayuntamiento publique pronto las bases de licitación para conocer a los nuevos emprendedores que abrirán las puertas del Teleclub, porque hay algo que no se acaba nunca: las ganas de juntarse.
