El tañido lúgubre de una enorme campana y el olor a incienso perfumaba la noche del Viernes de Dolores. En el arrabal del Espíritu Santo, centenares hermanos se disponían para acompañar hasta la Catedral al Cristo del barrio, un crucificado gótico que salía del templo abriendo de forma oficial los desfiles procesionales de Zamora.