Vuestro es el honor, hermanos

Plantilla de cargadores de Jesús Luz y Vida

(A mis hermanos de paso de Jesús Luz y Vida).

Ha llegado el día. Nuestro día. Mientras esto escribo, un viento endemoniado golpea con sus nudillos puertas y ventanas y no me parece Sábado de Pasión. Hoy será duro cruzar el Duero, pasear por las dos orillas de la vida. Pero es Sábado de Pasión y ha llegado el día. Hoy sale a las calles nuestro Jesús, el que lleva la Luz y la Vida en sus manos y en sus ojos, en su porte en majestad, caminando, en pie. 

Sobre mi cama no está la túnica planchada ni el pañuelo blanco ni el medallón ni la faja para sujetar la cintura ni la ilusión ni el cosquilleo que sienten los cargadores horas antes de sentir a su imagen sobre los hombros. No parece Sábado de Pasión pero es Sábado de Pasión como aquel Sábado, hace hoy 30 procesiones, en que el Jesús de la Luz y de la Vida salía a la calle por vez primera.

En la Catedral nuestro Jesús ya camina sobre un jardín de flores blancas que Marta ha puesto a sus pies y todos tenéis la túnica planchada, el pañuelo blanco, el medallón, la faja, la ilusión, el cosquilleo. Ya os espera. Nos espera a todos los que hemos abrazado su madera con emoción, pidiéndole cosas en bajito. Espera a quienes lo contemplan en las aceras con caras, con miradas que quedan grabadas a fuego en quienes tenemos el honor, el orgullo de llevarlo.

Espera a quienes le rezan en el cementerio con la convicción de que es la Luz y la Vida la que posa su mirada sobre las tumbas de los que amamos. Allí duermen ya Valentín y Fernando, nuestro Fernandico, que tanto años compartió paso, emoción, ese cosquilleo con nosotros. Esta noche nos dará la mano y nos insuflará fuerzas, como tantas veces, tantas noches. Su sonrisa vive en nosotros.

Ha llegado el día. Hoy todos seremos uno cuando levanteis el paso, cuando echéis el pie a la izquierda y nuestro Jesús surque el Duero como un inmenso barco, navegando. Abrigáos bien, apretad el músculo, tened cuidado en el puente, que hoy el aire tira mucho; será muy duro. Disfrutadlo. Pensad hacia adentro lo que significa, pensad en lo bonito que es sentir sobre los hombros la Vida, prometer la Luz a los que nos faltan. Somos unos privilegiados.

Hermanos. Solo eso, todo eso. Hermanos que un día hicimos caminos distintos sin faltar a nuestro compromiso con el Jesús como cada cual entendimos que era justo. Hermanos en la carga, en las ganas, en el deseo de que los zamoranos puedan verlo y sentir la caricia de sus manos abiertas, esas manos tan llenas de besos, tan llenas de promesas y silencios. Esas manos que tantas veces he sentido en mis manos.

Mi túnica hoy no está sobre la cama. Mi espalda se ha quebrado y me ha dicho que era hora de no volver a llevarlo, que era hora de dejar que otros ocupen ese lugar donde todo se ve distinto, donde todo parece cada año que pesa más, donde el recuerdo pesa, donde el amor es posible, donde también se llora y se reza; de eso doy fe. Hoy mi penitencia será no estar con vosotros, contemplaros de lejos, cerrar los ojos y escuchar a las Dominicas de Cabañales repicando; cerrar los ojos y rezar un padrenuestro con vosotros en la misma puerta del cementerio cuando emprendáis el camino de regreso. Y escuchar los tambores y la voz de Daniel y ver la luna ahí arriba y ver esa mano preciosa dibujada contra el cielo de marzo.

Vestiré la invisible túnica de quien siempre se sentirá cargadora orgullosa del Jesús; me pondré el pañuelo en el cuello y la medalla estará cerca de mi corazón. Hoy siento una faja, un corsé aprentando en el pecho y pesa el paso del tiempo en aquella cría de veinte años que fue a apuntarse a la tienda de Manolo Lozano, que hace 29 procesiones abrazó al Jesús por primera vez y ya no lo hubiese cambiado por ningún otro paso. Siempre será ya mi paso, siempre. Y pesa tanta vida, tanta amistad, ese abrazo que se extiende más allá de la muerte.

Hoy es nuestro día. Abrazaos, echad el buchito de aguardiente y la aceitada antes del camino. Daos la mano, sed hermanos esta tarde y todas las tardes. Unid el paso, sentidlo dentro de las carnes, como si se clavase, quemando en los hombros, en la cintura y en los gemelos; creceos cuando las fuerzas fallen, empujad con el alma cuando subáis por Pizarro ya reventados pero con la satisfacción de haber cumplido un año más algo que jamás haríamos por dinero, solo por corazón. Ese es nuestro motor, solo ese: el corazón.

Ha llegado. Hoy es vuestro día. Nuestro día. Hoy estaremos ahí todos, junto a El, bajo su mesa, en sus andas. Sentidnos a vuestro lado, sentid nuestros hombros, nuestra mirada. Que no haya huecos ahí debajo.

Llevadlo con orgullo por las calles, como sabemos, como sabéis. Vuestro es el honor.