Opinión

Un toro llamado cáncer

photo_camera Javier Castaño ha lidiado su toro más difícil y ha salido a hombros por la puerta de la vida

El torero salmantino Javier Castaño supera un tumor tras recibir tratamiento oncológico en el Hospital Provincial de Zamora.

Todos llevamos un torero dentro y no lo sabemos hasta que un día nos desnudamos de las luces y cargamos con las sombras de la vida, con nuestra fragilidad en la pechera, lo poco que somos, carne, hueso, corazón. Javier Castaño, que nació torero y se mide con los más duros, ha descubierto ese torero que todos llevamos dentro cuando en enero le diagnosticaban un cáncer de testículo. Un cáncer que le ha traído a Zamora para seguir su tratamiento oncológico, las largas horas de la quimio, la analítica de madrugada, la espera y la esperanza para comprobar las defensas, los indicadores tumorales, la cara y la cruz del cuerpo humano.

A Javier lo han vapuleado los toros. Nunca ha vuelto la cara. Le han roto los huesos, le han abierto las carnes, le han destrozado los músculos. Y a todos los pudo, de todos salió mejor o peor parado, hasta que rozó el cielo de Nimes o se ha visto postrado en la camilla de un quirófano. Siempre se ha puesto en pie. Un toro invisible le partía el alma en enero, cuando se enfrentaba a ese miedo primero, a la palabra maldita, maldito cáncer. Tampoco entonces volvió la cara.

Javier ha descendido al ruedo de la vida, a ese que tantos desconocemos hasta que no nos toca hundir las zapatillas en su albero incierto. También Chus ha pisado con él esa plaza en la que uno debuta cuando menos se lo espera, para la que nunca nos entrenan, para la que no hay ejercicios previos. El cáncer no es cosa de uno solo, al cáncer hay que torearlo al alimón con mucho amor, mucha ternura, mucha entereza. En la salud y en la enfermedad, siempre.

Juntos han lidiado en los pasillos donde el temor y la esperanza crean una cadena de solidaridad, donde se respira la pasta mágica de la que estamos hechos, el valor auténtico de cada día, la fuerza interior que desplegamos cuando todo se pone a la contra. Han descendido al olor a lejía en el baño, al estómago revuelto, los vómitos y las diarreas, la fatiga, el insomnio. A la falta de apetito, las pérdidas de peso, las noches en vigilia, las largas madrugadas con el alma en vilo. Al increíble coraje con el que cada día los hombres y mujeres de a pie enfrentan sus miedos, su lucha por la vida como héroes anónimos que no se anuncian en los carteles.

Allí, sin público ni tendidos, sin sol ni sombra, en la luz blanca del hospital de Zamora, ese hospital nuevo de color azul como el cielo, ventana al cielo para tantos zamoranos, Javier ha toreado sin guardarse nada su toro más difícil, más en puntas. Ese toro que no avisa, que un mal día te pega un arreón y te cambia para siempre la vida, la percepción de la realidad, los horarios, los valores, las cosas que de verdad son importantes.

Javier ha sorteado las embestidas de ese toro y ha salido por la puerta grande de la vida. Ahora sí puede decir que ya ha hecho la faena soñada, su gran faena. Con su cuerpo aún cansado y sin masa muscular ya ha regresado al campo a medirse con tres vacas de Miura. En verdad son de otra galaxia.

Con su cabeza sin pelo, con su camisa y su vaquero, con su sonrisa y sus ojos mirando al futuro nunca lo he visto tan grande, tan torero como ayer, cuando anunciaba que su tratamiento ha concluido y daba las gracias al urólogo Luis Carrasco todos los profesionales zamoranos que se han volcado en su recuperación. Ese equipo de Oncología del Hospital Provincial cuya labor es impagable por el mimo, las atenciones, el cariño y la sensibilidad que despliegan con los pacientes y quienes les acompañan en su travesía. Esos voluntarios que son como un bálsamo, una caricia cuando el tiempo pesa como el plomo.

Gracias por tu ejemplo, Javier. Por tu testimonio, por la sonrisa que luce tan limpia, tan bonita en tu rostro de torero dentro y fuera del ruedo, torero en la quimio, torero en la enfermedad, torero en la esperanza. Esto le debemos a esos otros toreros que se quedaron por el camino y que tanto nos enseñaron. Esta es también su victoria, su lección de vida; por esto lucharon hasta el último minuto: se puede, claro que se puede salir.

Ahora sí. Abril, Sevilla y Madrid ya esperan. Nos vemos en las plazas, queridos míos. Nos vemos en la vida, celebramos la vida.

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