Solo por verte

Son las tres de la mañana. Es Viernes Santo; a veces el viento me trae el eco del Merlú que ya recorre la ciudad empapada de lluvia. El cuerpo se resiente de días de trabajo sin horas y horas sin días, de callejear, de teclear, de poner la voz y el alma para cantar y contar la Pasión según Zamora y decirle al mundo que también los grandes milagros se gestan en las ciudades pequeñas.

Es Viernes Santo, son las tres de la madrugada. Y a pesar del cansancio acumulado, de los días sin sueño, del trabajo a deshora y el estrés que impone el mundo digital, a pesar de todo, hoy me siento parte de la ciudad que no duerme esperando la madrugada. Esta madrugada mágica.

Son las tres de la madrugada y parece que nada pasa, pero en apenas dos horas Zamora entera se transformará en los alrederedores de San Juan. Y pasará todo y todo pasará. Y yo espero esta madrugada, esa hora, con el corazón galopando, como esperan los niños pequeños la Noche de Reyes.

Pero yo ya he crecido, ya he echado piel de pantera vieja, y solo soy capaz de encontrarme con esa niña que fui un día en esta madrugada en la que a pesar de todo no soy capaz de dormir, no soy capaz de meterme en la cama y descansar porque mi corazón no me da tregua. Y necesito teclear, escribir y decir en voz alta esta emoción que me sostiene en pie, que me hace desandar la vida y regresar al tiempo en que nada dolía, y recuperar aquella mirada de quien no le tenía miedo a nada y esa sensación de que todo el mundo gira en torno a un reloj que marca las cinco de la madrugada. Un reloj que detiene el tiempo, un reloj con eco de siglos, el instante mágico en que nuestros muertos nos dan la mano y suben con nosotros hacia las Tres Cruces y todo son cruces y Thalberg y un cielo amaneciendo.

Son las tres de la madrugada. Zamora se despereza como una novia y acude a la llamada de la sangre, de la fe, de la tradición, de la íntima emoción que somos capaces de sentir entre el gentío como si el resto del mundo no existiese. Los hermanos de paso ya preparan sus hombros, la ilusión del reencuentro, el orgullo de sentir el peso de la historia en su espalda, en la cintura, en los gemelos, en ese andar quedo, pasito corto, saliendo de izquierda. Dentro de una hora saldrán del museo hacia la Plaza Mayor.

Son las tres de la mañana y ya todo camina hacia la puerta de San Juan donde un Merlú de bronce cobra vida, donde el silencio de la piedra ya se enciende con miles de palabras, con las voces antiguas de todos los que un día acompañaron a Jesús camino del Calvario y se fueron en la caricia de su túnica leve.

Y yo ya voy, y ya estoy esperando solo para verte, Soledad preciosa, preciosa niña, amor mío, como la única estrella en el cielo negro de esta madrugada que enciende mi infancia y levanta una ciudad, una patria entera entre tus manos. Y Tú asomarás y lo llenarás todo y todo tendrá significado en esta espera sin sueño, en este silencio de madrugada que solo Tú desvelas.